Miño se afea con sus esqueletos

Dolores Vázquez texto MIÑO / LA VOZ

A CORUÑA

El Concello valló las construcciones para evitar riesgos, pero vuelven a estar abiertas y han sido tomadas por los grafiteros, que incluso han instalado sofás

02 may 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Las construcciones inacabadas de Costa Miño no son los esqueletos más famosos de la crisis de la construcción en este municipio, sino los situados en Bañobre, que dibujan un horizonte inconfundible al final de la recta de la playa. Desde abajo no se aprecian más que las planchadas abandonadas sin tabicar, pero en la proximidad muestran lo que supone una yincana de peligros.

La promoción quedó abandonada y fue tomada por pandillas, por lo que ante el riesgo que suponía, el Concello valló la obra el año pasado, según reconoce el alcalde, Ricardo Sánchez, que asegura que desconoce en estos momentos quién es el propietario de estas ocho edificaciones, siete inmuebles paralelos y uno más, retirado, que tiene acceso por la calle río Bañobre, un estrecho camino que discurre paralelo a la vía del tren. Sánchez puntualiza que intentará dar de nuevo con el propietario para que asuma la seguridad del recinto, que cuenta con un cartel de «propiedad privada, prohibido el paso», de escaso seguimiento.

Una barrera de toxos

Las vallas han quedado solo como elemento decorativo, el acceso es posible tanto desde la calle como desde los garajes, y la única barrera existente en la parcela son los toxos que invaden la zona verde e impiden moverse entre los esqueletos, que se deben recorrer desde los garajes, y el único que no da directamente a la playa, desde la primera planta.

En su día, los operarios dejaron maderos como barandillas provisionales en las escaleras, pero han ido sucumbiendo en su mayoría con el tiempo y con el paso de las visitas. En algunos puntos se intenta paliar su falta con advertencias en inglés para evitar caídas. La aparición de muebles en las obras ha ido, poco a poco, reduciendo el vacío, y ahora es posible encontrar distintos sofás repartidos por varias casas, también sillas y restos de lo que parecen haber sido fiestas. Solo las silvas, que avanzan por los agujeros de las escaleras parecen un freno al deambular por estas edificaciones. Numerosos botes de espray son la prueba de que los bajos se han convertido en una singular galería de arte para distintos grafiteros. Casi no hay pared en los bajos, que iban a ser los garajes, que no cuente con una o varias creaciones.