Los incendios de Nuria Espert

Antía Díaz Leal
Antía Díaz Leal CRÓNICAS CORUÑESAS

A CORUÑA

26 abr 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Para los que piensen que solo en los conciertos de reguetón se cuelga el cartel de no hay entradas, resulta que no. Que el bum latino está muy bien, pero a veces en la ciudad hacemos colas para ver otras cosas. Y a otra gente. Como a Nuria Espert. Que el viernes pasado los que íbamos con calma nos encontramos al final de una fila de gente que arrancaba en las puertas del Rosalía y subía casi hasta la Franja. Para ver a la Espert se hace cola hasta María Pita si hace falta, me dirán. Y se suben los pisos necesarios hasta llegar al gallinero, porque una es un poco pardilla y se olvida de las fechas y también de que la gente abarrota los teatros de vez en cuando.

En un teatro puede pasar cualquier cosa, también fuera de la escena. Que se reencuentre una pareja porque la venta por Internet ejerce de celestina y te da la butaca dos y a él la butaca cuatro (qué curiosa esa mirada universal que se nos pone a todos los seres humanos cuando aparece el sujeto en cuestión). Pasan cosas también menos agradables. Por ejemplo que suene un móvil. Todas las cabezas se mueven, algunos revisan en el bolsillo o en el bolso, algunos tuercen la nariz, algunos bufan… ¡y alguien contesta! Que estoy bien, que sí, que todo bien, dice bajito una señora. Se gira toda la fila y suena un chist como alucinado, no ya del sonido del móvil que hasta parece que nos hemos acostumbrado a que en algún momento toque uno, sino de la normalidad con la que se contesta. La misma con la que a cada poco se ilumina una pantalla en la que alguien mira la hora, un pequeño destello de luz por el que ya ni giramos la cabeza.

En el gallinero el respetable se va derrumbando en las butacas después de subir casi cuatro pisos y esperar quince minutos para entrar y porque hace un calor como el de los incendios de la obra. Los programas se convierten en abanicos y el zumbido del papel contra el aire acompaña toda la obra. Y la voz, esa voz irrepetible de Nuria Espert sube los cuatro pisos y se mete en el estómago como un lamento, como cada palabra de esta obra durísima de Wadji Mouawad que habla del horror, de la guerra, de la familia, del pasado, del silencio. Ese silencio que envuelve a los personajes por turnos, cada vez que descubren una verdad que los enmudece. Está Espert, inmensa en sus más de 80 años, y también Ramón Barea, y Laia Marull, y los más jóvenes Álex García y Carlota Olcina. Siete actores en total para más de veinte personajes, en tres horas de puro teatro, con las siete filas de esta galería concentradas en el escenario, tan lejos, pero también tan cerca a pesar de la altura, intentando descubrir con los personajes a qué horror nos lleva la madeja que van deshaciendo.