¿Pero quién vive aquí?

Antía Díaz Leal
Antía Díaz Leal CRÓNICAS CORUÑESAS

A CORUÑA

24 ago 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

En pleno proceso de inspiración para una reforma, una coruñesa de adopción se dedicó a comerse con los ojos los proyectos que la empresa contratada había hecho en otros pisos de la ciudad. ¿Pero quién vive aquí?, se preguntaba después de cada visita. ¿Y a qué se dedica? Algo parecido a lo que pasa cuando hojeas una revista de decoración, pero en la calle de al lado y con la sensación de que el privilegiado propietario o inquilino hace cola detrás de ti en el supermercado del barrio.

Hace un par de días me descubrí como ella, mirando hacia arriba en Juan Flórez y pensando ¿pero quién vive aquí?, debajo de un balcón con las puertas abiertas para dejar pasar algo de aire. Seguro que en ese salón hace el mismo calor que en el mío, me dije, pero el aire que se cuela en una casa de techos altos y balcones a Juan Flórez seguro que refresca más. Seguro. El resto del año, con las ventanas y las puertas cerradas, parece que nadie habitara esas casas que tiene la ciudad y que son como un muestrario de arquitectura, preciosas, señoriales, supervivientes. Pero en este verano al sol, hasta ellas parecen revivir y se abren para que corra el aire. Y así, dejan de ser piezas de museo urbano para convertirse en casas de verdad, como la suya y la mía, con gente que entra y sale, desordenadas o impecables, con desconchones o recién pintadas, con niños, con gatos y plantas. Esa vida que no sale en las fotos, claro, pero que se nota. No es lo mismo una casa de revista que una casa vivida, ya me entienden.

Centro de la ciudad. El cartel que anunciaba la venta de un piso por más de un millón de euros ya no está. La fachada luce al sol sus molduras centenarias. «¿Pero quién se compra eso?,» me preguntan desde la esquina contraria. Ya me gustaría a mí saberlo, digo. Aunque solo fuera para observar en directo y no en el papel brillante de las revistas la reforma. Esos pisos grandes con una distribución que hoy ya no tiene sentido, en las que unas habitaciones se unen con otras, en la que el cuarto principal tenía un gabinete. Como en Latayaya, un piso que es una tienda o una tienda que es un piso o las dos cosas al mismo tiempo y ninguna, y en la que se conserva hasta un baño en dos partes, una a cada lado de la galería. Las puertas se abren de unos cuartos a otros, al pasillo, a una entrada grande como una sala. Con su arcada y sus columnas en el dormitorio principal, sabe dios si es funcional o no una casa así, pero atraviesas cada habitación imaginando cómo sería la vida hace cien años en un piso como éste, con los balcones abiertos, aquí no vive nadie, pero alguien lo hizo, y abajo en la calle alguien se preguntaría, también hace un siglo, pero quién vive aquí. Y de quién viene siendo.