Ningún helado como el de La Ibense

Sandra Faginas Souto
Sandra Faginas CRÓNICAS CORUÑESAS

A CORUÑA

14 jul 2016 . Actualizado a las 18:02 h.

Cuando yo era pequeña la modernidad de los padres se medía en verano de una sola manera: los que te dejaban tomar el polo de hielo y los que te resignaban al helado de toda la vida. Entonces era mucho más pro para los niños ir poco a poco chupeteando el hielo, pero a algunos padres les parecía que nuestras gargantas iban a resentirse con tanto frío. A mí, afortunada, me dejaban tomar polos y mis veranos se alegraron infinitamente cuando entraron en mi vida aquellas maravillosas cartas con Colajets, Dráculas y Frigopiés. De repente el futuro cobraba forma de la mejor manera posible. Tanto que esa marca ha dejado su huella treinta años después. Mi generación ha sido fiel al Colajet, un cohete de cola y limón con punta de chocolate, antes que a cualquier otra combinación veraniega. Y eso que después llegaron los Calipo, los Pirulo y todo ese amplio abanico goloso para hacer nuestras delicias. El Colajet se quedó fijado como el sabor de la infancia, qué gusto, para ir siempre de la mano de un abuelo que te hacía entrar sí o sí en La Ibense. ¿No la ven ahí de frente? En el Cantón Pequeño, con las mesas de mármol a la izquierda, su techo alto y el mostrador a la derecha. No sé si el local era tan grande como su recuerdo, pero sus helados sí eran los más deseados por todos los coruñeses. De hecho, tengo una teoría que alguno de ustedes me demostrará sobre cómo los sabores que ofrecían en esa heladería siguen siendo los más demandados por todos nosotros. Porque de La Ibense nos pasamos todos a la Colón a pedir esos helados clásicos, tan de nuestro gusto: el de crema tostada, el de mantecado, el de nata, el de vainilla... ¡Todas las madres piden uno de turrón!

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No hay un coruñés que haya conocido La Ibense que no busque uno de esos sabores, porque han calado como el orballo que llevamos en nuestro ADN o nuestro afán por pasear al sol con el cucurucho al aire. Que con lengua, por supuesto, sabe mejor. Seguro que ahora me salen los hooligans de los helados afrutados, los de limón, mandarina, y todas esa oferta novedosa que llegó, aún lo recuerdo, cuando por primera vez en la Italiana sirvieron el de Pistacho y Tutti Frutti. Fue otro hito delicatesen, que hoy se ha elevado a infinito con helados de queso con membrillo, crema de orujo o de Kinder Bueno. Pero, a mí, qué quieren que les diga, el paladar me lo fue refinando mi abuelo cuando cada vez que pasaba por el Cantón me preguntaba: «¿No te apetece un heladito?», para tomárselo él, claro. Ahora soy yo quien siguiendo sus pasos, y un poquito más adelante, hace la misma pregunta al llegar a la tentación de la Colón: «¿Nadie quiere un helado?», «¿nadie quiere un cucurucho?». Y como ahora soy madre me lo pido, claro, de turrón. Pero ninguno, ni siquiera el Colajet, me sabe como aquel de La Ibense que me tomaba de la mano con mi abuelo.