Hay momentos señalados en la vida de una persona que pasan a nuestra historia. Como la primera vez de algo. Corría la primavera del 2003 cuando di mi primer mitin. Entenderán que recuerde con horror el momento en el que por primera vez me enfrenté a hablar en público. Pero no estaba sola. Intervenía también un joven recién llegado de Madrid. Se llamaba Carlos Negreira y para él también era la primera vez ¿Quién me iba a decir a mí esa tarde de mayo que aquel mitin y aquel compañero de palabra iban a estar unidos a mi vida política? Es más ¿Quién me iba a decir que en aquel momento se estaba cruzando en mi vida un amigo con mayúsculas? Permítanme, mostrarles, no sin cierta subjetividad, el Carlos Negreira que yo conozco.
Negreira es, como decimos en nuestro argot, un político de raza. Poca gente he visto con tanta pasión en el ejercicio de su vocación: el servicio público. Nunca ha distinguido entre lunes, sábados o domingos, ni tardes ni noches, ni kilómetros. Nada frenaba al Negreira preocupado por saber cómo estaban los hombres del mar de Malpica, los ganaderos de Santa Comba, los vecinos de Ribeira. Desde que los militantes de la provincia le confiaron la dirección del partido, se entregó en cuerpo y alma a atender a los alcaldes y candidatos, y sobre todo, a atender a los problemas de los vecinos.
Su pasión, su habilidad para formar equipos, el respeto a sus principios, un sexto sentido y una inteligencia emocional poco común en los hombres, le hicieron rechazar, en más de una ocasión, responsabilidades atractivas para cualquier político, pero que él entendía que le alejaban de su objetivo final: ser el alcalde de todos los coruñeses. Y su momento llegó cuando confiaron en él mayoritariamente para la alcaldía.
El Negreira alcalde era solo un vecino más, un vecino que soñó con una Coruña más inteligente, porque, como siempre dice, más bonita no se puede ser. Un alcalde cercano, orgulloso de cada rincón, de cada barrio, de cada coruñés vote a quien vote. Incapaz de pasear sin ser parado por un vecino, para recibir elogios y también reproches. Reproches que Negreira no esquivaba, al contrario, los combatía con razones y, al final, incluso intercambiaba número de móvil y le invitaba a visitar María Pita
Y dejo para el final a la persona. Al amigo. Creo que no hay mejor definición que puedan decir de uno que «es buena gente» y, Carlos, lo es y con mayúsculas. Capaz de vivir en primera persona las alegrías y las preocupaciones de sus amigos, pese a su ajetreada vida. Gran conversador, feliz con la compañía de sus amigos, siempre con una sonrisa, la típica persona que, como diría tu madre, «la puedes llevar a cualquier parte porque nunca te va a dejar mal». Sus orígenes, de familia emigrante trabajadora, lo mantuvieron atado a la realidad. Me consta que tiene miles de conocidos, pero pocos contamos con el privilegio de su amistad y eso es un tesoro a conservar. Supongo que habré decepcionado a quien esperaba un escrito más neutral. Alguien que esperaba que escribiera aquí algún defecto o fallo de Carlos. Lamento decepcionarle, esos detalles, aunque los conozco, se los dejo a los que entran en la categoría de conocidos.