Mi bandera, mi parroquia

José Pablo Abeal

A CORUÑA

19 oct 2014 . Actualizado a las 05:00 h.

No es fácil opinar en contra de los propios intereses. Recuerdo con viveza como respondió aquel anciano de más de cien años a la pregunta de qué era lo que le preocupaba. Y él, sin ruborizarse, dijo que le preocupaba su ojo, que no veía bien, y a ver cuando se lo operaban. Lo tenía claro. Le dejaron escoger y fue sincero ¿por qué no iba a serlo a sus más de cien años?

Finaliza ya este año, después de otros muchos, con un diálogo totalmente infructífero con respecto a cómo gestionar eficazmente los entes locales y, en definitiva, la Administración en su conjunto. Unos y otros han expresado sus ideas educadamente. Cada cual defendiendo su postura se ha llegado a la conclusión de que lo mejor es prolongar la discusión hasta tenerla bien madura. El no hacer nada también es una decisión. Y la búsqueda de consenso, la expresión que esconde la felonía a los votantes ¿sigue siendo la política un amante bandido con el arte de engañar?

Amenaza real

En este momento nos transmiten las encuestas y estudios varios que nuestra preocupación más importante es el desempleo y la corrupción. Una amenaza real a nuestro instinto más básico de supervivencia. Y el resto de cuestiones se convierten en accesorias. Y mucho más cuando son meramente instrumentales. Al ciudadano le importan las fusiones en la medida que sus intereses se sientan beneficiados o perjudicados, con independencia de su nobleza o mezquindad.

Las banderas parroquianas alzadas en defensa de la identidad como valor en sí mismo nos parecen ridículas hasta que tocan nuestra sensibilidad más ancestral. Cuando ello ocurre, un sentimiento de angustia nos aflige. Los políticos que aman su bandera lo saben. Es un argumento simplista, pero eficaz. De corto plazo, pero garantiza el éxito personal. Por ello, hay temas que no se pueden llevar a callejones emocionales sin salida ¿O pregúntenle a un coruñés si quiere que su ciudad la rebauticen como Arteixo?

Esto es lo que diferencia al estadista del político. El primero piensa en el mañana, el segundo en su futuro electoral. Y las soluciones se convierten en problemas.