Una casa para volver a empezar

Alfonso Andrade Lago
alfonso andrade REDACCIÓN / LA VOZ

A CORUÑA

MARCOS MÍGUEZ

Jóvenes de A Coruña acondicionan una vivienda donde alojan a personas sin hogar y conviven con ellas con el objetivo de que vuelvan a trabajar. Una acaba de emplearse

21 jun 2014 . Actualizado a las 07:00 h.

Hogar Mesoiro era hace un año una ruina con huerta a punto de desplomarse en un barrio de las afueras de A Coruña. Veinteañeros de ideas claras y corazón expansivo la reconstruyeron para dar un hogar a personas que no lo tienen. Cuentan con el respaldo de Cáritas. Allí conviven con los residentes, se las ingenian como pueden para garantizarles el sustento (echa una buena mano el Banco de Alimentos) y tratan de convertir su proyecto en un trampolín hacia el mercado laboral. Son una familia.

Es solidaridad, solo eso, entendida a la manera de Eduardo Galeano: la caridad puede ser dolorosa cuando se ejerce en vertical, desde arriba; en cambio la solidaridad es horizontal e implica siempre respeto mutuo. María, Ana, Felipe, Villa, Porto, Pablo, Rebeca, Alejandro... Para los voluntarios del colectivo Boa Noite, la casa es «hogar, esperanza, colaboración». Para José Antonio (Bilbao, 47 años), uno de los residentes, la vida en Mesoiro supone la tranquilidad de no tener que usar la Risga para pagar una habitación, y sobre todo, «poder tocar puertas en busca de un trabajo sin parecer desesperado».

Almorzamos con ellos. José Antonio prepara el menú: ensalada de legumbres, raxo con patatas, helado. ¡De nivel! Electricista industrial, el ring de la vida le reservó un duro asalto desde su divorcio. Después de arruinarse vino el albergue de transeúntes. Luego el alcohol, la calle... «Llegas tan abajo que te da lo mismo una cama que una esquina escondida. La calle me marcó para siempre, pero también encontré gente maravillosa, de las de ?toma mi saco, que yo estoy más acostumbrado al frío y con dos cartones me arreglo?». Se queda sin habla, al borde del llanto, pero se sobrepone y llega de nuevo la maravillosa solidaridad horizontal de Galeano: «Cuando tuve que pedir me ayudó más la gente sin dinero que la que tiene la cartera llena».

José Antonio es un manitas capaz de montar la verja de la entrada con dos jergones y puede estar orgulloso de cómo tiene la casa. En la calle se hacen pocos amigos. Aquí juega con Óscar, un perro cariñoso y cómplice al que acaban de bañar los voluntarios, no sin resistencia. En la pequeña huerta hay unas gallinas y unos pimientos que será difícil que salgan, «porque las gallinas tienen más hambre que yo», bromea.

Para los residentes, la casa es un remanso: «En situaciones extremas no puedes dedicarte a cuidar una planta o a jugar un rato con un perro». En Hogar Mesoiro moran hoy dos personas, aunque esperan a dos más. La semana pasada había un camarero que encontró trabajo después de normalizar su vida junto a los voluntarios. «No sabéis lo que ha significado esto para mí», sentenció al marcharse. El empleo da sentido al proyecto.

Para garantizar la estabilidad en la casa se mira mucho el perfil del inquilino. «Estamos en contacto con profesionales de Servicios Sociales y de Padre Rubinos, y vienen a Hogar Mesoiro quienes están preparados para convivir», explica Alejandro. Las normas y horarios las ponen los moradores. Con ellos vive Natalio, un franciscano (el proyecto es laico), y tres o cuatro voluntarios acuden a diario a comer y a cenar para echar una mano con la intendencia y hacer grupo, hogar. «Lo único que les pedimos -sigue Alejandro- es que estén activos, que busquen empleo».

El alquiler cuesta 500 euros mensuales que está asumiendo Cáritas-San Francisco. Los chavales se las apañan para juntar otros 500 para gastos y manutención. Por ejemplo, con cafés solidarios. Se les hace un mundo. «Buscamos socios que colaboren con donativos y los invitamos a la casa para que vean cómo funciona», añade Alejandro. A través de su cuenta de Facebook, Hogar Mesoiro recibe también algún mueble, una plancha...

José Antonio, que no encuentra palabras para agradecer lo que han hecho por él, sugiere llevar estas iniciativa «a otras ciudades» porque implica a las personas en su propio futuro y porque en el momento de la segunda oportunidad somos lo que hacemos para cambiar lo que somos.