El «Fendetestas» se prepara para volver a navegar

A CORUÑA

PACO RODRÍGUEZ

Carlos Caramés tiene 69 años y desde que se jubiló dedica la jornada completa a convertir un arruinado barco del que solo ha podido salvar el motor en un yate con cubierta de madera e interiores de roble americano que le reporta un beneficio que no tiene precio: «Lo gano en salud»

05 jun 2014 . Actualizado a las 21:47 h.

De niño Carlos Caramés jugaba entre las virutas de la carpintería de ribera que existía en Perillo, junto a la fábrica convertida hoy en centro cultural. Era la de Antonio Recollainas, según recuerda, y en aquel pequeño astillero Caramés comenzó a mamar un oficio al que no pudo dedicarse hasta que se jubiló. «No había consolas ni televisión... y yo siempre andaba enredando en esas cosas. Yo era muy pequeño cuando iba al astillero, pero me acuerdo de todo», cuenta este vecino de Perillo de 69 años, que a su sueño de tener su propio barco se unió el firme propósito de no quedarse parado al cumplir los 65.

Con un plan trazado mucho tiempo atrás, Caramés comenzó a buscar una embarcación que encajase con su sueño y con su economía y la encontró en el puerto de Sada. «No podía permitirme barbaridades en un barco, tratándose además de un hobby, que lo que te da son gastos», comenta. Así fue como eligió el Fendetestas, un barco de diez metros de eslora para cinco tripulantes que comparte nombre con el bandido de El bosque animado, que encarnó en el cine Alfredo Landa. «Por dentro no valía para nada y tuvimos que arrancarlo todo, solo valía el motor, que desmontamos. La cubierta era de fibra y estaba en malas condiciones. Por eso llevo cuatro años...», explica, aunque a renglón seguido reconoce que ha sido también su perfeccionismo el que lo ha llevado a mimar cada detalle de un barco en el que no sabe lo que ha invertido, ni en tiempo ni en dinero. «Dicen que estoy un poco loco», cuenta, pero a la vista del beneficio que ha obtenido más bien parece que está muy cuerdo: «Yo lo gané en salud».

El Fendetestas salió de Sada para quedar instalado en una finca frente a la casa de Caramés, donde un amigo colgó hace mucho un letrero inequívoco: Astillero Carlitos. «Hubo días que subí y bajé 80 o 90 veces del barco», recuerda de los primeros tiempos de trabajo, en los que creía que la labor no pasaría del año y medio o dos.

Así se lo había anunciado al dueño de la finca, Carlos Mantiñán, a quien agradece la cesión de un terreno en el que ha pasado jornadas completas de trabajo, que, de no ser él su propio jefe, serían esclavistas. «Vengo sobre las nueve de la mañana, a las dos me llama mi mujer para comer y después vuelvo sobre las tres y media. El otro día eran las once y media de la noche y seguía», recordaba unos días atrás este trabajador al que la idea de estar desocupado le espanta. «Dejas de trabajar drásticamente y eso a mí me causaría un trauma si no tuviera otra cosa donde desviar la actividad», dice, al tiempo que asegura que él no es «hombre de taberna». «Trabajo más que antes de jubilarme», reconoce.

Por eso ahora, cuando al Fendetestas le quedan apenas unas semanas para estar listo, ya tiene en mente un nuevo proyecto, aunque no de tanta envergadura como el primero. «Otro tan grande no, pero tengo otro pequeñito para restaurar. Es una motora de cinco metros. Me puede llevar dos o tres meses», calcula Caramés, para quien el placer de navegar por fin en su propio barco quizá no sea tan grande como el de haber recorrido tan largo camino reconstruyéndolo. «Yo disfruté mucho de lo que estuve haciendo», cuenta este artesano al que le pesa que los oficios como el que le llena las horas se pierdan.

El Fendetestas, que dejó atrás su cubierta de fibra por otra de teca y tiene un impecable interior de madera de roble americano, cambiará en poco más de un mes la pequeña huerta de Perillo en la que lleva cuatro años varado por un amarre en la dársena de Oza, donde Caramés tendrá que hacer un viaje de reinauguración. «En principio no vamos a hacer nada especial. Bajaremos a las rías Baixas. Aquí hay unas rías impresionantes y se trata de disfrutar sin pensar en dar la vuelta al mundo», concluye.