Conservera Celta: la incertidumbre reina bajo las chabolas

Javier Becerra
JAVIER BECERRA A CORUÑA

A CORUÑA

Unas 150 personas residen en la vieja factoría situada en el puente de A Pasaxe, rechazando el plan de realojos del Ayuntamiento

22 dic 2013 . Actualizado a las 21:10 h.

«¿Vivir yo en un piso? Eso sería como llevarme a la cárcel». Paulino está a punto de cumplir 18 años, los mismos que lleva viviendo en los terrenos de la antigua Conservera Celta. Nunca conoció otra cosa y, por lo que habla, tampoco tiene ganas de ello. Junto a Alfonso, de la misma edad, desmonta las piezas de un coche. «Lo nuestro es la chatarra», explica el segundo. Viste una funda de obrero. «Descontando el gasoil, en una semana buena te puedes sacar unos 150 euros -detalla-. Luego está la ría, como furtivo. Yo siempre me he buscado la vida».

Tanto Paulino como Alfonso se definen como solteros. Eso, según ellos, los excluye de las ofertas municipales de un realojo. En el 2013 diez familias han aceptado el itinerario propuesto por el Ayuntamiento dentro de su plan contra el chabolismo. Fueron 29 personas, 15 de ellas menores de edad. La mayoría viven ahora en pisos de alquiler. Pero suponen solo una pequeña parte. En el poblado quedan más de 150. Desde María Pita se admite desde hace tiempo que la cosa va para largo.

Los jóvenes no quieren irse. «Tampoco estamos tan mal. Tenemos nuestras duchas, nuestra lavadora, nuestra tele...», indica Alfonso. Invita a conocer la chabola en la que vive con su madre -Josefa, de 35 años-, y sus hermanos. Construida con bloques, tiene suelo de plaqueta, una chimenea y un falso techo de madera. En el salón luce un árbol de Navidad. «En estas fechas hacemos aquí una gran fiesta», anuncia Josefa.

Los que tienen niños, sin embargo, piensan de otro modo. María Sandra, de 23 años, es madre de tres pequeños. Abandonó la chabola hace tres meses. Pero siempre que puede visita a su suegra, Alicia dos Anjos, cuyo marido falleció este año. Por eso le llaman La Viuda. Ella aún permanece. Dice que vive de pedir en los supermercados. En su vivienda no se respira el mismo aroma navideño. «Estamos de luto», advierte Sandra.

«Aquí no hay que pagar nada y allí todo», sintetiza respecto a los pros y contras de su decisión. «Me dieron 130 euros al mes para pagar el alquiler. Pago unos 300 euros. Pero con lo que me dan de Risga apenas llega. Es muy difícil. Mi marido está sin trabajo». De todos modos, no daría la vuelta: «Los niños están mejor allí». Se refiere al piso en el que viven en Ledoño, Culleredo. «No tuvimos ningún problema para adaptarnos, ni tampoco con los vecinos», asegura.

La experiencia de Sandra y muchas otras repartidas en A Coruña y su área metropolitana avalan estos procesos de integración. Sin embargo, queda pendiente la otra gran pata de la mesa: el empleo. Al respecto, Alfonso va a la yugular: «¿Si tuvieras una empresa y necesitases un empleado, a quién le darías el trabajo, a un payo o a mí, que soy gitano y vivo en un poblado?». No acepta la posibilidad de ser el elegido: «Mira, en todo el tiempo que llevo aquí, solo le dieron empleo a uno. Y porque se casó con una paya».

Más de tres décadas

El asentamiento de la Conservera Celta tiene su origen a finales de los años setenta. Una vez quebrada la actividad de la factoría impulsada en su día por el Grupo Pastor, empezaron a levantarse chabolas. Muchos de sus moradores provenían de Portugal. De hecho, en la actualidad los portugueses son mayoría. Tal y como señala Benjamín, veterano de 52 años, «gitanos seremos unas 15 chabolas, pero portugueses deben andar por las 30 o 40». Al contrario que en Penamoa, no hay problemas de convivencia ni de drogas: «A Penamoa ni nos atrevíamos a ir nosotros», ríe.

Benjamín está casado con María Jesús, de 50 años. Su chabola se levanta un metro sobre el nivel del suelo. Para acceder a ella hay que subir una escalera. Cruje. Dentro, el suelo también. «No pasa nada, esto no cae», ríe tranquilizando. Al calor de la estufa de leña que preside su salón, la familia se encontraba viendo un vídeo de El Parrita. Lo grabaron en una iglesia evangélica de la ciudad. «Es un grande. Estuvo con Camarón y todo», ensalza Benjamín.

No saben nada de ofertas de realojo. «Aquí no han venido, van más a los portugueses», sostiene Adolfo, amigo de la familia, de 53. De todos modos, como la mayoría, lo ve crudo por su modo de vida. Pese a la diferencia de edad, su discurso, resulta casi idéntico el de Paulino, el chaval que roza la mayoría de edad. «¿Dónde meto la chatarra en un piso? ¿En el trastero? Es que es imposible», decía aquel. «La única salida es que nos diesen una casa con un sitio para poder almacenar esto», propone este. «Inviertes 12.000 euros en un terreno y puedes levantar cuatro casas para cuatro familias», apuntaba Alfonso, el amigo de Paulino.

Sea como sea, en el poblado preside la idea de que queda tiempo. También pululan leyendas, como la que atribuye los terrenos al «hijo del de Zara». Y muchos pensamientos. «Van a esperar diez años». «Los del Ayuntamiento chantajean a la gente mayor». «Vienen aquí solo cuando les interesa». Son algunas de las frases que revolotean por el poblado. Mientras, los perros caminan entre la chatarra sin collar y el humo sale de las chabolas. Igual que hace 30 años. La cuestión ahora es saber cuántos más resistirán.