Isabel Pantoja se reivindica como una de las grandes de la copla en el Palacio de la Ópera

Javier Becerra
Javier Becerra A CORUÑA

A CORUÑA

PACO RODRÍGUEZ

08 dic 2013 . Actualizado a las 07:00 h.

A la quinta canción Isabel Pantoja ya había recogido dos ramos de flores, un «¡Vivan tus ovarios!» a voz en grito y tenía al público literalmente comiendo de su mano. Levantando el mentón y mirando al infinito, la artista se bañaba de aplausos. Acaba de interpretar «Pero vas a extrañarme» como si estuviese pisoteando a alguien y encarrilaba por la senda del triunfo el concierto en el palacio de la Ópera.

Así fue. Solo hubo reproches por la ausencia de bis, tras más de dos horas y medida de recital. El resto respondió a lo exigible. Pasión, tirabuzones vocales, tres cambios de vestuario, autosuficiencia («Digan lo que digan, me da igual», proclamó ante sus enemigos televisivos) y mucho, muchísimo diálogo con sus seguidores. A estos les explicó en una sevillana de letra improvisada que echaba de menos al «que se fue hace 30 años». También que le iba a decir «cuatro cosas» a otro. Y, sobre todo, quiso dejar clara una cosa: «No me van a hundir».

Toda esta reafirmación bailó entre tono orquestal y el acompañamiento de piano, para finalmente con enfilar el cierre con un conjunto flamenco a golpe de mix de villancicos y la esperada «Salve Rociera». Tras ella, abandonó el escenario. No volvió a salir. Y concluyó una noche a mayor gloria de esa religión llamada «pantojismo».