Un salvavidas llamado uci

R. D. Seoane A CORUÑA / LA VOZ

A CORUÑA

OSCAR PARIS

Más de 2.000 pacientes necesitan cada año los cuidados intensivos del Chuac

01 jul 2012 . Actualizado a las 07:05 h.

Cuando la vida hace un alto para saber si continuar o no, se para en la uci, mucho más que un lugar. Allí se apuran dos centenares de personas en rescatar del final a quienes parece que no podrán salir. La mayoría, sin embargo, lo hace. «El 90 % de los que ingresan vuelven a casa», recalca David Freire, jefe del servicio del Chuac al que le toca hacerse fuerte cuando las cosas se ponen realmente feas. Y es que la unidad de cuidados intensivos «es el soporte artificial de la vida -se explica-, intentamos darle tiempo al cuerpo para que se recupere de esa situación que puede llevarle a la muerte».

Cada año, unos 2.000 pacientes fían su recuperación al saber hacer de una especialidad de la que depende todo aquel enfermo que entre en el hospital con un riesgo real o potencial de no sobrevivir superior al 5 % y afectado, eso sí, por un proceso que se cree reversible. Ellos se encargan de hacer todo lo posible para que así sea en muchos más casos de los que se piensan: accidentes, por supuesto, pero también complicaciones después de pasar por el quirófano e infecciones, por citar solo tres de las principales causas que requieren atención de una disciplina tan compleja como sortear el límite.

«La uci no es un sitio, es una especialidad», recalca Salvador Fojón, médico de una unidad sin cuya existencia la supervivencia estaría seriamente comprometida para gran número de emergencias. El 60 % de sus pacientes ingresan precisamente por esta vía, la de urgencia, y lo hacen en situaciones críticas o cuyo pronóstico aconseja iniciar ya un cuidado intensivo. Porque va a ir a peor.

Son múltiples las causas que desembocan en un servicio central que a pie de cama ofrece la imagen intimidante de un enjambre de cables y máquinas en torno al enfermo. No hay puertas, serían un estorbo para poder moverse cuando salta una de las mil alarmas que alertan de cualquier descompensación. Un control central, con visión a cada uno de los boxes abiertos, permite a los vigilantes no perder detalle. Asombra la dotación tecnológica desplegada cuando, como sucede en casi la mitad de los casos, una complicación infecciosa requiere la intervención de los intensivistas, que hacen frente con todo un arsenal de medidas y fármacos a neumonías, meningitis... cuando no sepsis generalizadas.

No es menor el despliegue ante los pacientes traumáticos, más del 30 %, que llegan tras la bofetada del asfalto o por un siniestro laboral, generalmente víctimas de golpes tan violentos que provocan una inflamación generalizada del organismo, externa e interna. Otros accidentes, los cerebrovasculares, y un variado repertorio, desde descompensaciones endocrinas a intoxicaciones que llevan al coma o enfermedades hematológicas, completan el paisaje diario de la uci del Chuac. «Lo curioso -indica Freire- es que todas esos enfermos tienen muchas cosas en común, necesitan asistencia respiratoria, renal... cuando llegan, entramos en una guerra para ganar tiempo».