La policía echa abajo en Penamoa la chabola del clan de la Tomates

Alberto Mahía A CORUÑA / LA VOZ

A CORUÑA

ÓSCAR PARÍS

Esta mujer de 65 años había regresado al poblado tras ser desalojada

19 ene 2012 . Actualizado a las 07:00 h.

De pronto, a los traficantes de Penamoa, los que lo fueron y lo siguen siendo, les ha sobrevenido un terrible virus: la policía. Agentes de la Nacional golpearon el pasado jueves al clan de la Mora y ayer los municipales dejaron de nuevo a la banda de la Tomates sin la chabola que levantó en el poblado después de que la desahuciaran. A esta mujer de 65 años no la llevaron detenida como en otras veinte ocasiones. Solo le tiraron abajo las tablas que había levantado y ordenaron que la furgoneta que pasaba ahí el día aparcada arrancara fuera del asentamiento.

La policía tiene asumido, según fuentes del grupo antidroga, que por muchas veces que les enseñen los dientes, por muchas condenas que les impongan los jueces, estos clanes se recomponen en pocas horas. Se trata de familias numerosas, donde el que llega de fuera -yernos o nueras- sabe lo que les queda. O se meten en el negocio o son repudiados. Por eso cuando caen cinco hay otros cinco de repuesto.

Además, tienen asumido que en cualquier momento un policía les patee la puerta. Es, llanamente, su día a día. La cárcel o la comisaría no es una desgracia, es un episodio. La Mora, por ejemplo, no niega a lo que se dedicó siempre. Se lo pregunte un periodista o un policía. Y no lo proclama con chulería. Lo explica. Con sus palabras, esto viene a decir: Qué otra cosa pueden hacer cientos de muchachos crecidos a la intemperie de un barrio sin asfalto ni escuelas, sin energía eléctrica ni agua corriente. Pues nada, ir engrosando las filas de la única empresa que los aceptaba. A un ritmo endiablado, sin capacidad de elegir, esos muchachos fueron subiendo rápidamente por la escalera del crimen. De aguador -el que alerta de la llegada de la policía- a camello. De camello a recluso. De recluso, otra vez a camello. Y así transcurren sus vidas.

Desalojados

Y para vender droga, no hay nada mejor que Penamoa. Aislados, lejos de la mirada de curiosos, unas diez familias vieron en la heroína una salida laboral. Muchas se han ido. La mayoría lejos. Otras se han quedado. Las que ya no están padecen el embate de la policía en los barrios donde se establecieron una vez que fueron desalojadas del poblado chabolista. Como es el caso del clan de la Mora. A otros que han echado no tardaron ni horas en regresar. Como es el caso del clan de la Tomates, que ayer a las ocho de la mañana vio cómo una excavadora, acompañada de la Policía Local, la expulsaba de nuevo. Y con ella, dos toneladas de basura y la furgoneta tantas veces denunciada por los residentes en el ventorrillo. Veían, y así lo escenificaron en la última manifestación contra el tráfico de droga, cómo ese vehículo ofrecía droga de forma ambulatoria.

Hoy ya no está la furgoneta. Está el clan de los portugueses, los propietarios de algunas de las siete chabolas que todavía quedan en pie y a las que el Ayuntamiento no les puede dar viento porque debe esperar las órdenes judiciales para su derribo. Mientras, su presencia es notable porque a ritmo de ametralladora los toxicómanos continúan yendo y viniendo por la cuesta que sube al poblado. El resto del paisaje lo conforman unos vecinos que le han perdido el miedo. De un tiempo a esta parte fueron saliendo a la luz. Hombres y mujeres que lejos de claudicar decidieron anteponer el deseo de vivir tranquilos al miedo y enfrentarse al terror, muchas veces con la única protección de su pecho descubierto. Ana Oreiro es la que pone la cara, la presidenta de la plataforma. Nunca cargó contra los gitanos, solo contra los que venden droga. «Seremos 6.000 vecinos, y no somos racistas. Solamente denunciamos que todo lo que allí ocurre son actos delictivos», dijo.