El cineasta que revolucionó el «thriller» en los 90 con «El silencio de los corderos»

HÉCTOR J. Porto REDACCIÓN / LA VOZ

CULTURA

CLAUDIO ONORATI | EFE

Demme perteneció a la hornada de Scorsese o Coppola, realizadores que se criaron en los años 70 apadrinados por Roger Corman

27 abr 2017 . Actualizado a las 08:04 h.

Cineasta de gran talento, independencia y pulso creativo, con su modestia y su sentido del humor, calladamente, transformó el cine reciente -en los límites de la gran industria estadounidense, o desde el mismo epicentro de la meca californiana- en varias ocasiones. De algún modo lo reconoció así el Festival Internacional de Venecia en el 2015 cuando concedió a Jonathan Demme (Baldwin, Long Island, Nueva York, 1944) su premio al talento visionario: «Es un realizador de esos que pertenecen a una generación de autores que revolucionaron Hollywood en los años 70», ensalzó entonces el responsable de la Mostra, Alberto Barbera. De hecho, debutó en la dirección en 1974 con el filme La cárcel caliente, bajo el amparo de Roger Corman, gran maestro de la serie B norteamericana y que apadrinó los comienzos de, entre otros muchos, Francis Ford Coppola, Martin Scorsese y Peter Bogdanovich.

Demme falleció ayer a los 73 años en su residencia neoyorquina, rodeado de su familia -su mujer y sus tres hijos-, como consecuencia de un cáncer de esófago y complicaciones de carácter coronario derivadas de la enfermedad. El cineasta luchaba contra el cáncer desde que hace más de siete años recibió, en el 2010, el primer tratamiento, pero sufrió una recaída en el 2015 y su estado de salud se deterioró en los tiempos recientes, agravándose especialmente en las últimas semanas.

Fue en 1991 cuando dio la gran campanada al rodar una película que revolucionó el thriller, El silencio de los corderos, que se hizo con cinco de los siete Óscar a los que estaba nominada, cinco estatuillas además de las consideradas más preciadas: mejor filme, dirección, actor principal, actriz principal y mejor guion adaptado (sobre la novela de Thomas Harris). La cinta no solo fue un espaldarazo al género policíaco (y del asesino en serie) sino que cosechó un clamoroso triunfo en la taquilla mundial que colocó su carrera en situación envidiable: le granjeó el respaldo de los grandes estudios de Hollywood sin menoscabar su independencia creativa. De hecho, él siempre restó valor artístico a la película mientras la apreciaba por lo que le había permitido hacer después. En particular, se refería a Philadelphia (1993), un largometraje en el que pioneramente abordó de forma descarnada -al tiempo que delicada- el drama del sida. Rodeado de estrellas como Tom Hanks, Denzel Washington y Antonio Banderas, fue otro éxito internacional incontestable.

Pero la clase, la originalidad y el estilo de Demme debe buscarse en obras aparentemente más pequeñas como la hitchcockiana El eslabón del Niágara (1979) y la vibrante y fresca Algo salvaje (1986). Y, sobre todo, en el cine musical, donde su trabajo tuvo un efecto renovador. Siguiendo la estela trazada por Scorsese en El último vals (1978), Demme filmó un decenio después Stop Making Sense, la plasmación desnuda de la performance de unos espléndidos Talking Heads -liderados por David Byrne y entonces en su cénit-, una particular apuesta documental que entra en el terreno de la poesía. En una línea similar, el realizador neoyorquino dejó filmes musicales sobresalientes sobre Neil Young (varias colaboraciones), Enzo Avitabile o Justin Timberlake; este último data del 2016, porque él no renunció al trabajo hasta el final.

Tampoco abandonó su activismo político, siempre alerta a favor de los derechos civiles, en contra del poder de las grandes corporaciones, de la pobreza infantil y de la guerra. En sus últimos días no olvidó en sus denuncias la tragedia de los refugiados sirios.