Un hombre mono demasiado civilizado

eduardo galán blanco

CULTURA

«The Legend of Tarzan», de David Yates

22 jul 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Después de las últimas y desastrosas adaptaciones cinematográficas de Tarzán, el inmortal personaje creado hace un siglo por Edgar Rice Burroughs parecía más un recuerdo nostálgico anclado en los líricos filmes de Johnny Weissmuller que una figura propia de estos tiempos de dura prosa e imágenes de síntesis.

Al menos, La leyenda de Tarzán no es una mala película. Contiene buenos momentos y, a pesar de algunos flashbacks reiterativos, puede ser un vehículo aceptable para que las nuevas generaciones tomen contacto con el mito. Pero Alexander Skarsgård -hijo del gran Stellan- es un Tarzán frío, incapaz de emocionarnos. No hay pasión ni fiereza en su rostro. Además, es demasiado civilizado: ¡tarda más de una hora en quitarse su camisa decimonónica! Y a Stuart Craig -el competente diseñador artístico que trabajó en Greystoke, la última gran película de Tarzán-, empeñado en un «toque realista», parece que le dio yuyu incluir el taparrabos en la caracterización del hombre mono. Hay grito tuneado, hay lianas, hay cuchillo de madera .No hay Chita, pero si unos aparentes gorilas manganis, hermanos de Tarzán, creados por la paleta virtual. Y hay Jane, pero de pacotilla. ¡A quién se le ocurre darle el papel de la Eva más poética del cine a la recauchutada loba de Wall Street! Solo puede ser idea de un demente.

Por encima de los velados -y torpes- intentos de hacer una crítica al colonialismo belga e inglés de fines del XIX, lo mejor está en un afortunado uso de los efectos digitales, en la secuencia donde Tarzán saluda a la leona, frotándose con ella, o en la carga final de los animales de la selva sobre el pueblo de Boma.

Sin olvidar a ese gran cronopio que es Christoph Waltz, un malo que pasará -no esperábamos menos- a la galería tarzánida. Su mercenario -basado en el personaje real del carnicero oficial belga Leon Rom- está sensacionalmente caracterizado con su rosario, un arma mortífera que le encantaría a Luis Buñuel. Waltz se autohomenajea en la secuencia de la comida, recolocando los cubiertos de Jane y remitiéndonos a su villano maniático de Malditos bastardos.