Derrota de una soñadora de provincias

eduardo galán blanco

CULTURA

Esta versión de «Madame Bovary» es seguramente la mejor que nos llega, de entre la decena larga que conocemos

29 may 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Sobre la Madame Bovary de Gustave Flaubert, hay películas francesas, italianas, alemanas, argentinas, mexicanas, norteamericanas, y ¡hasta indias! Y si cineastas tan importantes como Jean Renoir, Vincent Minnelli o Claude Chabrol la adaptaron, o si actrices de la categoría de Pola Negri, Jennifer Jones, Frances O?Connor o Isabelle Huppert la encarnaron, parece innecesario darle otra vuelta de tuerca a la inolvidable historia antirromántica, que contribuyó a la educación sentimental de tantas generaciones. Pero lo cierto es que esta que nos llega es seguramente la mejor versión cinematográfica de la novela, de entre la decena larga que conocemos.

La observadora dirección de Sophie Bartes -Cold Souls-, la fotografía abiertamente pictórica y ocre de su marido y habitual colaborador, el magnífico operador Andrij Parek, y el sólido guion, componen una estupenda, cruel y modélica relectura de la historia de la huérfana rebelde, eternamente insatisfecha, decepcionada del amor rutinario y del ambiente opresor del siglo XIX. Un hermosísimo y sensible retrato de esta tierna soñadora de provincias, enferma incurable de frustración.

Y claro, sin Mia Wasikowska la película no sería tan conmovedora. Ella es la más «bovarista» de todas las actrices que han interpretado a la heroína de Flaubert. Es la viva imagen de la glotonería, chocando contra la desilusión y la mediocridad. Wasikowska es una Bovary niña, a pesar de que ya no sea la adolescente de In Treatment o la jovencita de la Alicia de Tim Burton. Curiosamente, coinciden en la cartelera esta Bovary con Alicia a través del espejo, la segunda parte de las aventuras de la niña creada por Lewis Carroll, también interpretada por Wasikowska. Y, aunque Alicia y Emma Bovary sean muy distintas, a la vez, en su tenacidad irreductible son muy parecidas. Las dos buscan traspasar la plana superficie de la cruda realidad.

En el silencio de muerte de la casa, Wasikowska detiene el tiempo, agarrando furiosa el péndulo, para acallar el burlón tictac del reloj.