El naufragio de las obras de A Barca

Juan Ventura Lado Alvela
j. v. lado CEE / LA VOZ

MUXÍA

El resultado de la rehabilitación del santuario de Muxía genera un fuerte rechazo popular sustanciado en multitud de críticas a detalles concretos

28 mar 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

«Esto es solo una primera fase», repitió hasta cinco veces el miércoles la arquitecta de las obras de rehabilitación del Santuario de Nosa Señora da Virxe da Barca de Muxía, Carmen García, para explicar por qué la basílica no tiene el aspecto que muchos vecinos esperaban. Razonamientos que sirvieron de poco, porque, al margen de los fallos que ya se esperaban, como la humedad en las paredes, a ojos de muchas decenas de muxiáns, el templo que forma parte de su propia identidad está plagado de deficiencias que algunos elevan a la categoría de sacrilegio.

Para el alcalde, Félix Porto, que con otra moderación también está entre los críticos, la razón del desencuentro está clara y así se la hizo saber a los responsables del arzobispado y a los técnicos: «O problema é que din que é unha obra de inicio e para nós é unha obra final». De ahí que en aras de buscar una solución constructiva, conminase a la Iglesia a que «non se cerren en propostas sen escoitar a todo un pobo» y que tampoco tengan miedo a realizar las actuaciones necesarias porque tienen detrás el respaldo incluso del presidente de la Xunta.

Soluciones aparte, el descontento es mayúsculo, sobre todo con lo que tiene que ver la carpintería, los acabados y la restauración de los retablos que se salvaron. Un proceso que la empresa Sabbia llevó a cabo con la máxima de respetar en lo posible lo que quedaba de lo original tras el incendio que un rayo provocó en el templo en la Nochebuena del 2013, con lo que no hubo repintados, ni los colores vivos que muchos esperaban. Se ve sobre todo en los ángeles del techo, ennegrecidos por el humo y el fuego, aparte de las agresiones que presentaban previamente.

La sacristía, por ejemplo, a la que en pocos sitios entran los fieles, en Muxía es poco menos que el lugar más visitado por los vecinos, tanto en las fiestas como fuera de ellas. De ahí que detalles como las puertas, los escalones de acceso y, sobre todo, el camarín donde se ubica la talla de la Virgen, sigan recibiendo reproches para todos los gustos.

Todo ello ha hecho que trabajos tan importantes como la cubierta, el saneamiento de los muros, un pararrayos en condiciones, el baño que no había o la instalación eléctrica y de megafonía completamente nuevas quedasen en un segundo plano. Más cuando muy pocos se creen la teoría de que esto es solo un comienzo, ahora hay que esperar a que los muros suelten la humedad y luego llegará el momento de los acabados y la ornamentación. Temen que todo ello se vaya dejando atrás y que A Barca no recupere más el esplendor que, desde la óptica de la mayoría de los vecinos, tenía antes.

Al margen del resultado, lo que más contestación está generando estos días en Muxía es el proceso por el cual se llegó hasta aquí, sin tener en cuenta las opiniones de los vecinos y, especialmente, del párroco, Manuel Liñeiro. Los primeros no pudieron entrar en el templo -como es lógico porque estaba en obras- hasta el domingo, cuando el propio cura se lo abrió sin siquiera tener permiso para ello, por lo que también recibió críticas desde el arzobispado. Y el sacerdote, por más que trató que se oyese su voz, no fue escuchado, o al menos no lo suficiente desde su punto de vista, el del alcalde y el de otros muchos muxiáns.

«Nós non nos queixamos do que está ben: o teito, as luces,... Nin sequera nos queixamos da humidade, aínda que a podían ter evitado pondo unha cuberta provisional no seu día para que as paredes non se enchesen de auga. Protestamos polo que está mal», señala el párroco, de 86 años, que tiene ahora quizás el respaldo más grande de sus feligreses en todo lo que lleva de servicio en el pueblo.

Liñeiro incide, además, en que el vicario general lleva razón en que no le enviaron ninguna queja por escrito, porque es cierto, «pero el estivo aquí, a última vez oito días antes da entrega das obras ou así, co cal sabía ben o que había», asegura el sacerdote.

Todo este panorama y los condicionantes que rodean la obra, como el apego que sienten muchas personas por un templo que consideran suyo o el motor que es del turismo muxián, hacen que no se vislumbre una solución sencilla que pueda aplacar las críticas y mirar hacia adelante.

Por lo de pronto el arzobispado se ha comprometido a arreglar las deficiencias que los vecinos consideran más evidentes y, a partir de ahí, habrá que esperar acontecimientos.