Buño, el último pueblo oleiro de Galicia

MELISSA RODRÍGUEZ, S. G. CARBALLO / LA VOZ

MALPICA DE BERGANTIÑOS

Ana Garcia

Trece artesanos y nueve tiendas resisten en la localidad de Malpica, combinando piezas clásicas de la cocina, como la «tarteira», con elementos de decoración

19 ago 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Galicia cuenta en la actualidad con un pueblo dedicado a conservar y potenciar la olería. Se trata de Buño, localidad de Malpica de Bergantiños (A Coruña) en el que, con una tradición que comienza en el siglo XVI, trece oleiros y nueve tiendas todavía ahora siguen viviendo de las creaciones de arcilla. En otros lugares como Bonxe (Outeiro de Rei), Meder (Salvaterra do Miño), Niñodaguia (Xunqueira de Espadanedo) y Gundivós (Sober), esta artesanía está a punto de desaparecer por falta de sucesores, pues los alfareros que quedan son casos únicos y están próximos a jubilarse. En Buño, en cambio, todo hace prever que esta artesanía seguirá siendo el motor de muchas casas.

La villa malpicana abasteció al noroeste peninsular de utensilios de cocina hasta los años ochenta. En aquel entonces existían 114 talleres con dos, tres o cuatro oleiros cada uno, y siete hornos de dimensiones enormes. Pero con la posterior llegada del plástico y del latón, el negocio sufrió un declive del que nunca logró recuperarse, provocando la jubilación y emigración de muchos alfareros.

Años después, cuando el temor a que desapareciera la actividad oleira de Buño amenazaba, algunos retomaron la labor y la tradición volvió a coger fuerza entre los habitantes. Los emigrados incorporaron innovaciones técnicas y poco a poco el negocio fue progresando hasta dedicarse, en la actualidad, a la decoración. Así es que, como dice Antonio Pereiro, artesano de la Alfarería Rulo, «a olería de hoxe en día ten cabida tanto nun piso moderno como nunha casa rural». Aunque los juegos de café, las tazas de vino y los platos, entre otras piezas, se siguen elaborando, «empréganse máis para decorar que para usar», explica. No es el caso de la famosa tarteira (olla baja con tapa) y la viradeira (plato para dar la vuelta a las tortillas) que son demandadas por veteranos de la cocina para elaborar sus mejores recetas, según asegura Beatriz Faya, dependienta de la Alfarería Faya. 

Bodas y regalos de empresa

De todos modos, con la crisis económica del 2008 y la construcción de la carretera AC-414 -entre Carballo y Malpica-, que disminuyó el tráfico por la localidad, las ventas de los alfareros se redujeron «en máis dun 60 %», según se atreve a decir Antonio Pereiro. Gonzalo Añón, de Olería Aparicio, también lo confirma: «Os efectos da estrada notámolos moitísimo. Profesores ou comerciantes que antes pasaban a diario por aquí e paraban a comprar, agora xa non veñen a propósito». Así es que la mayor parte de la producción anual de estos alfareros responde a encargos para bodas, aniversarios de empresas, fiestas gastronómicas o trofeos por parte de concellos. Las visitas de los turistas solo se producen en los meses de verano y aún así, «tamén foron a menos», explica Gonzalo Añón. 

La Mostra, momento álgido

No obstante, la celebración de la Mostra da Olería de Buño, que ya va por su 35.º edición, es lo que afianza, año tras año, la tradición histórica. Antonio Pereiro lo explica: «A xente espera á Mostra para visitar Buño. Se non a houbera, sería máis remisa a vir». La presidenta de la Asociación de Oleiros de Buño y también primera mujer alfarera de esta zona, Carmen Isabel Labrador, explica que la cita sirve para recordar su existencia y abrir mercados: «O interese principal que buscamos coa Mostra é darnos a coñecer». Y añade: «A maioría das persoas repiten ano tras ano, en cambio, as que nos visitan por vez primeira, sorpréndense de atopar pezas de barro tan modernas». Alberto Añón, de la Alfarería Lista, asegura que son los turistas nacionales y, sobre todo, extranjeros, los que más valoran su labor: «Os franceses e alemáns quedan abraiados coa nosa cerámica».

Cuando estos oleiros piensan en el futuro del sector de Buño, sienten miedo por que no aparezcan aprendices que continúen la tradición. De momento, solo hay dos. Se trata de hijos de alfareros: Alberto Lista, de 23 años, y Gonzalo Añón, de 30. En el caso del primero, está estudiando en la Escola de Arte e Superior de Deseño Pablo Picasso de A Coruña porque tiene claro que quiere continuar con el negocio de la familia. Gonzalo Añón, por el contrario, trabaja con su padre mientras no encuentra trabajo de lo suyo (Administración de empresas). Aunque no rechaza dedicarse al barro, se muestra tajante: «Vai depender do que se involucre a Xunta en fomentar a artesanía», dice.

La incertidumbre de cara al futuro radica en esa cuestión: en la implicación por parte de la Xunta. Y no es que los alfareros pidan subvenciones. Sus aspiraciones son menos costosas para la Administración. Se quejan por ejemplo de la falta de señalización en las carreteras: «Necesitamos carteis que informen de que estamos aquí», dice Carmen Isabel Labrador. O de la falta de publicidad: «A Xunta ten que mover máis o produto por feiras nacionais e internacionais», reclama Pereiro. «Tamén ten que promocionala máis; non só dicir que é bonita, senón apostar por ela», añade Gonzalo Añón. Y hay algo en lo que coinciden todos: «A Xunta ten que promover cursos para que a xente se anime a aprender», porque sin jóvenes en la profesión no hay futuro.