Francisco Muñoz Rodríguez, fotógrafo de la Costa da Morte

luis lamela

FISTERRA

Hizo un recorrido por los espacios de sociabilidad de su pueblo en los años cincuenta, destacando los retratos de grupo

13 ene 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Con frecuencia aparecen publicadas, como iconos aislados, imágenes fotográficas que pertenecen a la autoría de Francisco Muñoz, un profesional con un recorrido temporal muy corto: poco más de una década ejerciendo, la de los años cincuenta del pasado siglo, fallecido prematuramente a consecuencia de la tuberculosis, la terrible enfermedad de la posguerra española. Fuera de Fisterra, localidad en la que ejerció la profesión, el trabajo de Francisco Muñoz es poco conocido, a excepción de esos iconos de los que hicimos referencia, ya que su producción artística estuvo depositada y olvidada en el viejo desván de su vivienda en la villa del Cristo.

El fotógrafo Francisco Muñoz Rodríguez nació en Fisterra el 22 de junio de 1922, hijo de Fernando Francisco Muñoz Insua y de Ceferina Rodríguez Vigo. Emigró a Chile con 15 años en 1938, en plena guerra civil en España, cuando era estudiante. Años antes ya habían llegado a ese país su padre y su tío Fernando Rodríguez Vigo. Francisco embarcó en Lisboa en el vapor Massilia y arribó a Buenos Aires el 1 de abril, desembarcando y trasladándose algo más tarde a la casa de un familiar en Puerto San Julián, en la Patagonia argentina; y después navegó hasta Chile para domiciliarse en la ciudad de Santiago, la capital del país andino, en la que aprendió el arte de la fotografía trabajando en el estudio Arte Fotográfico Guerrero Foto.

Por su ausencia de España, después de la guerra civil Francisco Muñoz fue declarado prófugo, acogiéndose el 27 de diciembre de 1945 a los beneficios del indulto concedido por el Decreto de la Presidencia del Gobierno español de fecha 12 de septiembre de aquel mismo año, aprobado para los prófugos y desertores de los Ejércitos de Tierra, Mar y Aire. En noviembre de 1946 regresó a España en el vapor Cabo de Hornos, desembarcando en Portugal y cruzó la frontera en Tui el 7 de diciembre de 1946, pero quedó retenido por la policía para regularizar su situación militar. Pasado un cierto tiempo, al llegar a Fisterra comenzó a trabajar de fotógrafo y en 1955 fue elegido concejal del Ayuntamiento designado por el tercio de entidades culturales y profesionales. Al margen de esto, colaboró intensamente con las comisiones de fiestas de Semana Santa y organizó numerosas actividades culturales, entre ellas, sesiones de teatro.

Empero, Francisco adquirió la enfermedad de la tuberculosis y, cuando contaba 34 años, el 28 de abril de 1956 presentó su renuncia al alcalde «toda vez la enfermedad que padece le obliga a guardar reposo».

No obstante, cuatro años más tarde, en 1960, figuraba nuevamente desempeñando las funciones de concejal en la corporación presidida por Alfonso Lado de Pomiano, pero después de luchar varios años con la enfermedad, falleció el 8 de marzo de 1963 cuando contaba con 41 años.

En la labor de recuperación del patrimonio fotográfico de Francisco Muñoz tuve ocasión de sumergirme en las entrañas de una insuficientemente conocida cueva de Alí Babá, utilizando un símil que referenció el crítico Joan Fontcuberta hablando del fotógrafo asturiano Valentín Vega. Allí, en esa cueva en su Fisterra natal, encontré de todo. El fotógrafo fisterrán estuvo olvidado en un desván, pero las instantáneas localizadas son solo una pequeña parte de su herencia histórica y artística, ya que ha desaparecido otra parte muy importante de su archivo, incluidos los negativos fotográficos que seguramente se han perdido para siempre.

Es indudable que necesitamos que haya autores para facilitar la escritura de la historia.

El día a día

Y, Francisco Muñoz, con la escasa obra localizada, sí puede pasar la prueba del algodón al dejar constancia gráfica de la cotidianidad fisterrana en varias de sus facetas: de la vida de Fisterra, de sus fiestas y procesiones en un pueblo en donde la puesta en escena y la parafernalia de la Semana Santa trasciende más allá de la devoción religiosa. Del duro trabajo de los pescadores, de los momentos de ocio y diversión de sus gentes y amigos, de los entierros y de las reuniones familiares, de representaciones teatrales, de excursiones o comidas campestres, de la ejecución de la Danza dos paus, de panorámicas y detalles urbanos, rurales o marinos...

En definitiva, que Francisco Muñoz hizo un recorrido por los espacios de sociabilidad de su pueblo en los años cincuenta. Destacan los retratos de grupo sobre los individuales, como formas de una síntesis radiográfica de la sociedad de posguerra de la villa del Cristo, en un amplio repertorio de tipos y personajes que desfilaron frente a su objetivo.

En la actividad profesional del fotógrafo Francisco Muñoz, los retratos y las fotos son todas anteriores, naturalmente, al año de su fallecimiento, concretamente a la década de los años cincuenta y los dos primeros de los sesenta del siglo XX, con muchos paréntesis de inactividad por el medio provocados por episodios agudos de su cruel enfermedad; retratos que fueron destinados en su momento, y en su gran mayoría, a ser enmarcados y colgados en las paredes nobles de las viviendas de los propios retratados, principalmente vecinos de Fisterra. Imágenes solemnes captadas por el fotógrafo fisterrán que reflejan la dignidad de los protagonistas con independencia de su ubicación en la escala social o profesional en la que estaban adscritos los retratados.

Y, es que, en las instantáneas de Francisco Muñoz se ve severidad en la mirada fotográfica, la mirada de «alguien del pueblo» que fotografía a los suyos, a sus vecinos, también a sus amigos, reflejando las costumbres, la miseria de aquellos años y las privaciones de la posguerra, captando rasgos casi siempre humanizados y personalizados, cosa que no pudo deberse a la casualidad sino a la profesionalidad y el buen hacer del artista.

Un mundo extinguido

Rostros de un mundo extinguido, vidas anteriores a las nuestras, desaparecidas en el olvido pero aún en la memoria de quienes les han querido; mujeres de marineros vestidas con el luto de la ausencia y niñas de comunión con tules blancos y mirando al cielo; tipos singulares mirando curiosos el objetivo y ruinas de un ayer próximo que parece remoto... Vidas todas preservadas por las fotografías en blanco y negro, ahora ya de color sepia, del fisterrán Francisco Muñoz, un nuevo-viejo fotógrafo que sumar a los Romero, a los Caamaño, a los Vidal, a los García...