«Las piedras no son culpables de nada»

La Voz REDACCIÓN / LA VOZ

CORCUBIÓN

Bibiana Vilaverde / Lucía Vidal / Iñaki Grilo / Paco Rodríguez

Las viejas cárceles gallegas, sustituidas por edificios más modernos, se debaten entre el abandono o su restauración para ser dedicadas a otros cometidos más amables

08 ago 2016 . Actualizado a las 17:30 h.

Las paredes del Museo de Arte Contemporáneo de Vigo cobijan las historias de cientos de presos. Otras cárceles gallegas que han perdido ese uso buscan un destino o, directamente, se van deteriorando ajenas a los recuerdos que todavía guardan los reclusos que un día las habitaron.

VIGO

Un penal reconvertido en museo. Carlos Núñez (le Vieux, como gusta presentarse) tenía 16 años cuando se afilió al Partido Comunista. Fue precisamente su ideología política lo que lo llevó a la cárcel de Vigo hasta en 13 ocasiones durante el franquismo. Los cargos siempre eran los mismos: asociación ilícita y propaganda ilegal. «No me detenían por robar gallinas o por atentar contra el erario público como hoy está de moda, sino por defender la libertad», afirma. Aquella prisión que tan bien llegó a conocer terminó transformada el 13 de noviembre del 2002 en un centro cultural de referencia en la ciudad, el Museo de Arte Contemporáneo (Marco). Curiosamente, Carlos Núñez fue uno de los responsables de esa transformación, ya que era concejal de la corporación que tomó el acuerdo. El alcalde era Manoel Soto.

Han pasado muchos años, pero el recuerdo que tiene de la cárcel, de aquella celda número 13 -«siempre me tocaba en la maldita 13»-, sigue siendo nítido: «Recuerdo el color de sus paredes, negruzco, llenas de arañazos, de mensajes escritos con las uñas; en una cárcel no puede haber objetos punzantes, pero la gente se las ingeniaba para dejar sus adioses». Recuerda también el olor agrio, «un olor de bacteria, nauseabundo», y los ratones «y otras cosas horribles» que salían por el váter y que le obligaban a dormir a «ojovela». Finalmente, recuerda el cielo a través de la claraboya central, «ese cielo por el que pasaban las escasas gaviotas de entonces. Veía la libertad, esa libertad que hoy veo en este edificio, pero que es la libertad de un centro de arte. Es la libertad del futuro», afirma.

Reconoce que no se cumplieron sus temores y el edificio sigue en pie. Cuando cerró la cárcel pensó que se derribaría para hacer una plaza porticada y poder especular. Pero no, la corporación de la que él formó parte acordó rehabilitar el inmueble. «Los vigueses están encantados de tener un edificio así en el centro de la ciudad». Pese a lo pasado, él también, «porque las piedras que lo sostienen no son culpables de nada».

CORCUBIÓN

Ana y Mercedes Canosa, hijas del carcelero de Corcubión, Jesús Canosa Lago
Ana y Mercedes Canosa, hijas del carcelero de Corcubión, Jesús Canosa Lago ALVELA

Un edificio de más de cien años. Mercedes y Ana Canosa Domínguez, ya septuagenarias, mantienen todavía muy vivos los recuerdos de lo que fue su infancia y juventud en la cárcel de Corcubión donde se criaron. A su padre, Jesús Canosa Lago, que se ganó el aprecio del pueblo pese al puesto que ocupaba, le dieron la plaza de carcelero «al acabar la guerra [civil] por ser caballero mutilado útil, como decían ellos, y fuimos para allí cuando yo tenía tres años. Me casé a los 19 y entonces todavía vivíamos en la cárcel», relata Mercedes. «Yo nací aquí» dice Ana mientras recorre las estancias de lo que era su cocina, la de los presos, las celdas y algunos elementos originales que se conservan en el edificio neoclásico de mitad del XIX ubicado en el acceso al puerto.

Los detalles y las vivencias se amontonan en sus cabezas aunque ambas guardan muy buen recuerdo de aquella etapa. «Veíamos a los presos de las rejas y nos conocía media humanidad, pero a nosotras siempre nos respetaron mucho y jamás un preso se opuso a mi padre», cuenta Mercedes, que no se olvida de una ocasión en la que le pidieron a su padre meter la mesa de jugar la partida dentro de una celda porque en el patio hacía mucho frío y la utilizaron para «sacar las tejas y escapar».

Eran tiempos de miseria y las 3,50 pesetas del «socorro» que le daban a los presos difícilmente les alcanzaban para sostenerse, por eso las familias que podían encargaban «comida en las pensiones del Relojero, la Perla o Pachín». Incluso «pedían pescado por los barrotes y se lo daban, luego lo limpiaban y lo asaban ellos aquí», rememora Mercedes.

A CORUÑA

Camino de la ruina. En 1994, cuando tenía 25 años, Ernesto López Rey entró en la cárcel provincial de A Coruña, hoy abandonada y camino de la ruina. Era insumiso, se negó a hacer el servicio militar obligatorio, y por eso le cayó un «2-4-1», dos años cuatro meses y un día en la jerga de la prisión, de los que cumplió 14 meses, la mayor parte en tercer grado. Ingresó con un compañero insumiso, el actor César Goldi Martínez Pérez. Como todos los recién llegados, primero pasaron el «período», 24 horas de aislamiento en un calabozo separado del resto de los reclusos: «Era unha pocilga», recuerda Ernesto, «as paredes e o chan estaban cheos de vómitos, sangue e merda, todo pegado».

Les recomendaron «saír pouco ao patio»: parte de la droga que se movía en prisión llegaba dentro de pelotas de tenis que aterrizaban allí. Otra parte entraba por la puerta, Ernesto sospecha que con la anuencia de algún funcionario. El primer día no comió: «Non sei nin que era, parecía carne». Dormían cuatro personas por celda, en literas. En cada una había un váter que se utilizaba dejando fluir el agua seguido para que no subiesen las «ratas, grandes como gatos» que a veces corrían por los pasillos.

Ernesto no recuerda mucha violencia física. Describe la cárcel como «un mundo pechado», con sus propios códigos y funcionarios muy distantes, algunos «moi malas persoas». Pero también la desmitifica: «É como o hospital, podes ser unha persoa calquera normal e acabar alí».

OURENSE

Manuel Peña-Rey, delante de la antigua prisión de Ourense
Manuel Peña-Rey, delante de la antigua prisión de Ourense MIGUEL VILLAR

Debate abierto. El médico ourensano Manuel Peña-Rey fue represaliado en el franquismo. De conocida militancia comunista, las movilizaciones de las Comisións Campesinas en su campaña en la provincia para que los agricultores no pagasen la Seguridad Social Agraria trajeron como consecuencia varias detenciones en la zona de Verín y Monterrei. Manuel Peña-Rey y otros compañeros fueron detenidos en abril de 1970. Pasaron unos días en comisaría y algunos fueron torturados: le aplicaron el estado de excepción. De la comisaría pasaron a la antigua cárcel de la ciudad. Más tarde, cuando se celebró el juicio en Madrid fueron defendidos por Cristina Almeida y sus compañeros abogados.

De su paso por el penal ourensano el médico, que ocupó el puesto honorífico de cierre de candidatura de En Marea en las generales del pasado diciembre, no guarda buenos recuerdos: «Era una cárcel pequeña, sin ningún tipo de servicio, donde estábamos presos políticos y comunes. Lo único que había era un patio minúsculo. No era una cárcel, como otras en otros lugares de España, para presos políticos y con alguna prestación mínima». Procedente de una familia de larga tradición sanitaria y de compromiso político, su padre pasó por la misma cárcel en 1937 como presidente del Partido Nacionalista Galeguista en la ciudad. Las visitas de familiares y amigos fueron la tónica diaria en esos días en los que Peña-Rey estuvo preso: «Alguno de mis compañeros decía ‘‘esto es como estar de cumpleaños’’, porque pasaba mucha gente a vernos y traían pasteles, libros y otros materiales». Otero Pedrayo, amigo y compañero de partido de su padre, también pasó por la cárcel de la calle Progreso y aquella circunstancia descolocaba a los carceleros: «Venía Don Ramón de visita y aquello les rompía los esquemas. Se ponían nerviosos y andaban de un lado para otro como locos para conseguir una silla o algo donde se pudiera sentar». Peña-Rey conoce las opciones que se han barajado para la antigua cárcel, desde balneario a espacio cultural, y admite que no le quita el sueño: «El edificio no es nada fuera de lo normal y como cárcel era una mierda».

Hoteles de lujo y centros culturales, los usos más habituales para las prisiones rehabilitadas

Ernesto López, con la cárcel de A Coruña a sus espaldas
Ernesto López, con la cárcel de A Coruña a sus espaldas PACO RODRÍGUEZ

La vieja prisión de Vigo se ha convertido en un moderno museo tras las obras diseñadas por el equipo vigués de arquitectos formado por Manuel Portolés Sanjuán, Francisco Javier García-Quijada Romero y Salvador Fraga Rivas. En Carballo, la antigua cárcel comarcal es hoy una oficina turística después de haber sido rehabilitada siguiendo un proyecto del arquitecto Manuel Gallego Jorreto. En la de Lugo se realizan obras para convertirla en un centro cultural. Son casos excepcionales. La mayoría de las cárceles gallegas que han quedado en desuso han sido derribadas o están abandonadas.

Este último es el caso de la vieja cárcel provincial de A Coruña, a un paso de la Torre de Hércules. Diferencias entre el Ayuntamiento y el Ministerio del Interior mantienen sin uso y deteriorándose a pasos agigantados un edificio para el que se han soñado varios destinos.

Algo similar pasa en Ourense, donde se han barajado varios proyectos para el céntrico edificio de la calle Progreso, frenados unas veces por motivos económicos y otras por condicionantes urbanísticos. La construcción está en estado ruinoso.

Los problemas de humedad hacen mella también en el antiguo penal de Corcubión, que fue rehabilitado en su día y que sigue utilizándose como oficina turística o para actividades culturales. Pese a seguir en uso, la vieja cárcel está en mal estado y su restauración precisaría una inversión importante a la que el Concello, dice, no puede hacer frente.

Lo cierto es que aunque en Galicia haya pocos ejemplos, muchas antiguas cárceles en todo el mundo fueron rehabilitadas y destinadas a usos completamente diferentes a aquel para el que fueron concebidas originalmente. Muchas fueron transformadas en hoteles de lujo, pero tampoco faltan los ejemplos de inmuebles a los que se ha dado un uso cultural o social.

Sin salir de España, la cárcel correccional de Oviedo alberga hoy la sede del Archivo Histórico de Asturias. La prisión de Segovia ha transformado sus celdas en un espacio multidisciplinar dedicado a fomentar la creación artística, igual que ocurre con la Domus Artium 2002 de Salamanca o con la antigua prisión de Palencia.

De Boston a Australia

En cambio, para encontrar casos de uso hotelero hay que salir fuera de España. En Boston se encuentra uno de los mejores ejemplos de este tipo de transformación, un hotel para el que paradójicamente se ha elegido el nombre de Liberty. Tiene unas 300 habitaciones de lujo con precios por encima de los 300 euros la noche. En Nueva Zelanda está la prisión de Napier, una cárcel museo en la que se organizan actividades y excursiones y que también ofrece alojamiento a sus visitantes. En Australia, The Old Melbourne Gaol es un museo creado en una antigua cárcel que apenas ha sido modificada para ofrecer una experiencia parecida a la de los internos que en su día cumplieron la pena entre sus paredes. Incluso se mantienen las duchas en las que se aseaban los presos.

Información elaborada por Soledad Antón, Juan Ventura Lado, Xosé Gago, Xosé M. Rodríguez, Enrique G. Souto y María Santalla.