El «corso» en la ría de Corcubión

LUIS LAMELA

CORCUBIÓN

La actividad de varios vecinos hizo de la localidad uno de los puertos más importantes del Atlántico en la subasta de barcos apresados a los enemigos

22 jul 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

En enero de 1800 ya estaba establecida en Corcubión la primera sociedad para la actividad del corso, con una patente para dos años, con el objetivo de atacar a los enemigos de España, los ingleses y sus aliados los portugueses, que bajaban frente a nuestras costas cargados de bacalao.

La sociedad estaba formada por Joaquín Domínguez y por Antonio de Leira y Castro, vecinos de Corcubión, y por Pedro Díaz Porrúa y Juan Antonio Sánchez, vecinos de Cee. Los cuatro acordaron pertrechar la pinaza matriculada en Fisterra San José y Ánimas, con dos cañones y otros tantos obuses pedreros y con armas blancas y munición para una dotación de 30 hombres. Su capitán, Joaquín Agramunt, también fomentador, fue un vecino de Fisterra de origen catalán, de Balmes (Gerona). No obstante, en julio de ese mismo año Antonio de Leira solicitó lo mismo para el buque La Venganza, alias La Barquintón, también mandado por el citado Agramunt, lo que nos hace pensar que el primer contrato no tuvo mucho recorrido. En los archivos parroquiales de Cee aparecen consignados cuatro defunciones por la actividad del corso de la época.

Ángel Escaja Bueno fue otro vecino de Corcubión, oriundo de Fafila-Asturias, que actuó de corsario como propietario de la goleta Flecha. En el mismo año 1800, el rey Carlos IV le concedió «patente de corso» y parece que con resultados económicos muy positivos. Durante esos años Escaja, propietario del edificio que actualmente se denomina Casa de Carmen, edificó un nuevo inmueble en la calle Peligros, la Casa de la Balconada. Y levantó también en Punta Suaviña, la actual A Viña -y llamada durante tiempo «huerta de Escaja»-, un almacén de mercancías.

Otro corsario de Corcubión fue Pedro Lastres, y en Cee, Domingo Antonio de Merens. Y no olvidemos a Ambrosio Álvarez Pardiñas, de Camariñas, con su bergantín-goleta Santo Cristo de Fisterra en 1780 y diez años más tarde con el bergantín Constancia de Galicia, con diez cañones y veinticinco tripulantes. Todos ellos hicieron de Corcubión uno de los más importantes puertos del Atlántico en las subastas de barcos apresados a los enemigos y en la venta de mercancías de todo tipo.