La recogida de algas complementa muchas economías en la comarca

J. V. Lado, P. Blanco CARBALLO / LA VOZ

CORCUBIÓN

J. V. LADO

Localidades como Camelle siguen siendo el testimonio de una práctica histórica

06 jun 2016 . Actualizado a las 08:03 h.

Mucho de lo que pueda ver a su alrededor, en productos del día a día, tiene en su origen las algas. El espesante de los flanes, algunas gominolas, la maicena o la gelatina (por ejemplo, esa que protege el jamón cocido) guardan detrás historias como la del joven José Ignacio Castiñeira Rubido. Tiene 21 años. Nació en Carnés (Vimianzo), pero vive actualmente en Camelle. Como él mismo explicaba hace unos días, se está levantando ahora al filo de las 06.50 horas. «Apañas o que haxa e vés», cuenta. Después toca secarlas para venderlas y prensarlas en el almacén de Antonio Sánchez Mouzo, Tonecho. Cuando ya en el almacén se ha reunido una cierta cantidad de pacas, se envían a O Porriño, donde tiene su sede la Compañía Española de Algas Marinas S. A. (Ceamsa). Con esta empresa trabajó ya José Ignacio: «Tiven momentos de vivir só disto, porque non había outra cousa».

La recogida de algas complementa muchas economías familiares de la Costa da Morte. No hay cifras exactas, pero sí testimonios como el de este joven, similar a otros que puedan darse en Arou, Corme, Barizo (hasta hace un año), Touriñán, Muxía, Corcubión, Xaviña y el propio Camelle. Tal vez estas dos últimas localidades sean algunas donde más presencia tiene la actividad, además, claro, de en otros puntos de Galicia, como A Guarda. Para reunir diez kilos de algas secas hacen falta entre 40 y 60 de algas mojadas. José Ignacio se las vende a Tonecho y las cobra en el momento: a 1,10 euros el kilo. En el día que contó el proceso había conseguido ganarse 18,90 euros por toda la mañana de trabajo.

La entrada de la nueva moneda implicó un salto en positivo en el pago, toda vez que pasó de retribuirse el kilo de unas 80 pesetas a casi 1 euro. Cuando las algas secas en pacas llegan a O Porriño, se deshacen y se sumergen en alcohol (para su decoloración). Después, de nuevo, se vuelven a secar, para finalmente ser molidas y convertidas en polvo: se obtiene así el llamado carragenato, una especie de espesante para la alimentación. Todo el proceso tiene su origen en la alga científicamente conocida como Chondrus Crispus. No obstante, el idioma de a pie le da otras denominaciones. Muchas y, obviamente, debatidas: gigartina, mastocarpus o musgo de Irlanda son algunos de los nombres más populares, aunque la acepción más coloquial es la de trapos.

Cambiaron los tiempos

La recogida de algas es una práctica histórica, pero, como en todo, también han cambiado los tiempos y las gentes: «Agora somos case todo chavalada. Pero señoras desas das de antes, das que che contaban que viñan desde Laxe con elas ao lombo nun saco, xa non quedan», apunta José Ignacio. Dependen mucho del viento («onte sopraba do oeste e hoxe xa é do sur») y, si viene la lluvia, «xa acaba de estragar todo». «En Camelle ten habido ben máis do que hai. Acórdome que, hai catro anos ou así, mandabamos entre 10.000 e 15.000 quilos cada oito días. O ano que máis vendemos foron 120.000, que son 120.000 euros. Xa non está mal para seren algas que apañas do mar», relata. No obstante, ya no son esos tiempos. Él y su padre, en un día, llegaron a recoger 200 kilos: «En Soesto temos sacado 50 sacos en nove días. Esta semana fun eu e só trouxen tres, porque xa non había máis». Cree que le afectan los temporales. Las algas, explica, dependen mucho de la temperatura y la luz para crecer: su temporada álgida es entre finales de mayo y principios de octubre. Nadie se hace rico con la recogida al por menor, pero, en situación de crisis, es un complemento para las economías domésticas.