Historia de odios y rencores políticos

Luis Lamela

CORCUBIÓN

MILLARES

Plácido Castro Rivas y Manuel Miñones Barros: su influencia en Corcubión

15 sep 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

Explicar la actual decadencia económica, social y demográfica de Corcubión exige escribir sobre odios y rencores políticos, oligarquías y banderías, y recuperar un pasado que fue el lugar y el tiempo donde se perpetraron las historias de esta Historia. Veremos lo que no siempre miramos, las sombras, con el fin de abordar una modesta reflexión de a dónde nos ha llevado la rivalidad y el rencor político.

Dice la Historia que el período de 1900 a 1924 fue para la villa de San Marcos su época de mayor crecimiento, con la creación de industrias y crecimiento del movimiento portuario y el comercio. De 1925 a 1936 fue de un difícil sostenimiento, con mayores salarios, mantenimiento de precios, primero estables, pero camino de una inflación general que mimetizaba lo que ocurría en España. Pero, llego julio de 1936 y se sublevaron los militares de Francisco Franco. Y esa época marcó el punto de inflexión: 40 años de dictadura y otros 40 de democracia llevaron a la actual situación: ninguna industria que tire y recupere el nivel perdido.

Hemos afirmado que Corcubión y Cee son pueblos de aluvión; lo contrario que Fisterra, Muxía o Camariñas, por citar localidades vecinas. Es decir, la villa de las Mercedes y de A Xunqueira son pueblos de intensa emigración, pero también de mucha inmigración, sus censos se renuevan constantemente y empujan a los apellidos más arraigados y tradicionales a una paulatina desaparición o poca incidencia.

Sentado esto, no dudamos que los verdaderos artífices de la época dorada y de más esplendor industrial, económico y comercial de Corcubión fueron, precisamente, dos personajes foráneos: uno nacido en Fisterra, Plácido Castro Rivas, y otro en Os Muíños-Muxía, Manuel Miñones Barros. Individuos visionarios, emprendedores y pragmáticos, principales impulsores del progreso en el primer tercio del siglo XX, con iniciativas empresariales que llevaron a disfrutar a la capitalidad judicial de su mejor época, aunque nació entre ellos una fuerte competencia y un permanente conflicto de intereses, provocando luchas visibles y subterráneas. Y, como no podía ser menos, sus actividades empresariales sirvieron también de instrumento de poder político.

Los dos crearon, cada uno por su lado, oligarquías abrazadas al bipartidismo político de la época: los conservadores, por parte de Plácido Castro -vicecónsul de Inglaterra y Suecia, secretario municipal, concejal y diputado provincial- y los liberales, por parte de Manuel Miñones -vicecónsul de Alemania y Argentina y alcalde de Corcubión-, antagónicos entre sí, al tiempo que alimentaron sistemas clientelares con maquinarias bien engrasadas pero con demasiados intereses creados y relaciones de poder.

Por eso Corcubión caminó siempre sobre cristales rotos en lo que se refiere a la política, con dos bandos perfectamente definidos, en una lucha partidaria, a veces fratricida, facciones encabezadas en la sombra por los dos empresarios, con una mentalidad revanchista y vengativa que llevaron a perder, con el transcurso de los años, el progreso que había alcanzado Corcubión en los tres primeros decenios del siglo XX.

Figura ineludible

Castro Rivas fue una figura ineludible para entender el Corcubión de aquel tiempo. Con ciertas dosis de ambición, paralelamente a Manuel Miñones, creó y modernizó el tejido industrial de la villa y su ría. Entre ambos convirtieron el pueblo en uno de los lugares más pujantes y cosmopolitas de la zona, con una enorme influencia económica y política en toda la comarca.

En 1905, cuando nada hacía presagiar el turbulento siglo que comenzaba, Plácido obtuvo sus primeros reveses al apoyar la candidatura para diputado nacional por el Distrito de Corcubión de un rico indiano, Anselmo Villar, que resultó fácilmente vencido por Ramón Sanjurjo, candidato apoyado por Miñones, resultado que fue el primer síntoma de su progresiva decadencia. Empezaba a perder la batalla frente al también banquero, exalcalde de Muxía, con quien el desencuentro siempre fue profundo.

Castro Rivas quedó decepcionado. Consideró la derrota una afrenta personal, motivo de rabia política y gran disgusto. Amagó con tirar la toalla. Y, a partir de ahí, todo fueron para él epílogos. Se abrió para él un camino con más reveses y enconos, odios y rencores, perdiendo progresivamente su influencia política y fueron a más los enemigos. Un detonante que le llevó a vender todas sus empresas en 1916/17: la actividad del carboneo de barcos y la cesión a Perfecto Castro Canosa de su cartera de clientes de banca, con lo que su negocio fue trasvasado de Corcubión a Cee.

En 1927, un año después del fallecimiento de Manuel Miñones, Castro Rivas quiso tomar otros derroteros y puso tierra por medio. Se alejó de su propio origen y fijó su residencia, primero en San Sebastián y después en Niza, y finalmente huyó a Uruguay escapando de la Segunda Guerra Mundial, país en el que falleció en 1945. Pero, antes de marchar de Corcubión donó grandes sumas de dinero a diversas entidades, todas ajenas a la tierra y a los hombres que le ayudaron a enriquecerse. Donó la fortaleza del Príncipe, en Ameixenda-Cee, a la Asociación de Prensa de Madrid, que la convirtió en residencia veraniega para hijos de periodistas, aunque después la vendería.

Plácido fue un hombre que puso a la comarca en antagonismo con sus ideas, y, como castigo, no quiso que su inmensa fortuna beneficiase a la tierra que le había visto nacer y hacerse rico. Pudo quedar como un gran filántropo y ser un Fernando Blanco de Lema, un José Carrera o como la familia Riestra, pero su nombre hoy no dice nada a excepción de la placa del paseo que le dedicó no hace muchos años el Concello a propuesta de un concreto y definido «grupo de vecinos». En fin, que significó algo en Corcubión en tanto en cuanto mantuvo el poder económico y político. Luego, solo con el poder económico, buscó el destierro en tierras lejanas sin dejar raíces y ni impacto en las generaciones que le siguieron.

Se deduce fácilmente que a partir de la marcha de Plácido quedó en Corcubión una única oligarquía liderada por la familia Miñones, apoyada en los antiguos progresistas. Los conservadores que habían estado bajo la protección económica y política de Plácido, el grupo que siempre acompaña a los poderosos en su aventura política, huérfanos de su protector y empapados en su propio resentimiento, se replegaron para quedar al acecho, con cicatrices, pero esperanzados en poder ajustar cuentas algún día. Mientras tanto, quedaba nadar y guardar la ropa. La larga espera dio paso a la desesperación, al rencor y al odio y a un afán de irrefrenable revanchismo que marcó todo el período de la Dictablanda de Primo de Rivera y de los años de la Segunda República, en los que la familia Miñones lideró el poder económico y político.

Después de esperar para navegar con el viento a favor, llegó 1936 y los conservadores se sumaron a la sublevación de Franco, y recuperaron el poder local y empezaron a tejer una tela de araña para el ajuste de cuentas y se sumaron con sus dedos acusadores varios individuos del círculo familiar de Perfecto Castro, el más beneficiado por la marcha de Plácido. Pero esta es otra historia. Figura en el libro Pepe Miñones: un crimen en la leyenda.

Lo cierto es que, desde 1936 Corcubión está en una eterna huida hacia atrás. Desapareció la oligarquía porque desapareció el poder económico al eliminar a la única familia burguesa y emprendedora: los Miñones. Y ya sabemos cómo. Y como daño colateral, también el progreso del pueblo. Podemos extrapolar esta lucha política de la Restauración a la actualidad: la mimetizan ¡quién lo iba a decir! Los nacionalistas y socialistas. No hay duda que las rivalidades, odios y rencores políticos fueron, como actualmente son, los culpables del declive imparable de Corcubión.

galicia oscura, finisterre vivo

«Corcubión caminó siempre sobre cristales rotos en lo que se refiere a política»

«Desde 1936, está en una eterna huida hacia atrás, desapareció el poder económico»