Un naufragio que dejó su cosecha en la ría de Corcubión

Luis Lamela CARBALLO / LA VOZ

CORCUBIÓN

Imagen del County of Cardigan, embarrancado en las restingas del cabo Cee.
Imagen del County of Cardigan, embarrancado en las restingas del cabo Cee.

El suceso del «County of Cardigan» sacó a colación el problema del maíz

18 feb 2015 . Actualizado a las 13:37 h.

Una crónica de la pérdida de un buque como el County of Cardigan es contar una historia que seguramente muchos ya conocen, que nos la han contado antes y a la que actualmente regresan algunos historiadores citándola con poco más que un nombre, una fecha y el lugar del suceso, perdiéndose por el camino todos los detalles. No obstante, es conveniente reflejar la totalidad del acontecimiento para ofrecer un retrato más acorde con la realidad, porque, las pequeñas cosas fueron las que enhebraron nuestra historia como Costa da Morte, un escenario geográfico y social condenado in secula seculorum a ser periferia del mundo. Hay cosas, que nunca cambian.

En un paisaje tan familiar como el cabo Cee, bastión de la ría corcubionesa para asomarse al mar, en las restingas existentes enfrente naufragó el 20 de mayo de 1925, encallando, el vapor inglés County of Cardigan, construido en los astilleros de Stockton, con un desplazamiento de 2.826 toneladas y cargado con 500 toneladas de maíz procedente de Braila (Rumanía).

El mar estaba en aquel momento bastante tranquilo, y se escuchaba el resonar de la resaca en las restingas y en las rocas del cercano acantilado. Por ese motivo, el capitán, sabedor de encontrarse dentro de una tranquila ensenada vio posible el salvamento del buque, no permitiendo el desembarco de la tripulación ni aceptando los ofrecimientos que le hicieron varias embarcaciones de los puertos de la ría que acudieron en su auxilio.

En su navegación, el capitán del County of Cardigan no había mirado la brújula para controlar el rumbo, siguiendo por eso uno erróneo. Tampoco observó el barómetro una vez embarrancado para vigilar la llegada de una posible depresión atmosférica. Y antes de llegar la ayuda del remolcador, durante las primeras horas de la noche del 22 al 23 de mayo se desencadenó un violento temporal, obligándole a solicitar el auxilio que antes había desestimado, socorro que no llegó a tiempo, optando entonces por arriar los botes y abandonar el buque, arribando unas horas más tarde con la tripulación a los muelles de Corcubión.

El oleaje encrespado siguió golpeando una y otra vez las chapas del buque, zarandeándolo, empezando a ser visibles algunas grietas en el casco, entrando el agua en parte de sus bodegas y convirtiéndolo en un juguete roto.

Poco tiempo después de iniciarse el temporal, para ver de extraer el buque de su lecho de rocas por fin arribó el remolcador danés Emzewizer llamado a Gibraltar. Pero todos los esfuerzos resultaron vanos, declarándose la pérdida total del barco, que acabó destrozado por el oleaje en un fin poco glorioso, dejando al capitán y a los demás tripulantes emboscados en chaquetones y capuchas como espectadores impotentes.

Con un enemigo tan poderoso como aquel vendaval, los daños comenzaron primero por la bodega número uno, de la que el mar se llevó el maíz que encerraba. Después rompieron las bodegas números tres y cuatro, quedando completamente anegadas y desapareciendo el maíz poco a poco. Fue la bodega número dos la que se mantuvo casi llena, aunque como el agua siguió penetrando ya presentaba alguna señal de rotura.

Pese al desastre, unos cuantos negociantes de Muros compraron el maíz que se comenzó a extraer del vapor perdido. Una gran parte se encontraba en el fondo del mar debido al destrozo de las bodegas, otras lo conservaron íntegro pero empapado, produciendo su hinchazón el desquiciamiento de las escotillas. Fue embarcado en gabarras con palas y rastrillos y llevado después a los extensos campos, tribunas y patios de la fábrica de salazón que poseían en Quenxe Manuel Miñones y José González Cereijo, confiados en que los vientos de aquellos días favoreciesen su secado, escuchándose comentarios de quienes, escépticos, temían que el grano no sirviese más que para alimento de los animales.

El destino del buque se podía convertir en una oportunidad de negocio. Fue durante aquellos días últimos de mayo y primeros de junio cuando parecía salir del mar un maná en forma de granos de maíz. Paralelamente a los trabajos de la empresa de salvamento que extraía el grano se generó en las comarcas limítrofes un gran revuelo entre los ganaderos. Desde más de diez leguas a la redonda acudieron a Corcubión a provisionarse del maíz de las bodegas del vapor, tanto en carros como en caballerías y sacos, y también por mar en balandros y lanchas, comentándose que aquel suceso tenía «malhumorados a varios ricos acaparadores del precioso cereal, anhelando venderlo, como los demás años, a precios desorbitados en estos meses de carestía».

La paradoja de todo esto está en los efectos colaterales de esta insólita peregrinación. Semejante hecho trajo al primer plano y confirmó los anhelos y predicaciones de un inspector pecuario, Juan Rof Codina, que venía proclamando la necesidad de que el Gobierno español permitiese a Galicia, sin traba alguna, la importación del maíz argentino tanto para la alimentación de sus habitantes como para poder multiplicar la ganadería gallega y abastecer de carne a todo el mercado español, una reclamación que saltó a todos los medios de comunicación de la época.

Así pues, el naufragio County of Cardigan deslizó una inquietud y ofreció un retrato indirecto de los años veinte del siglo pasado, una pequeña visión panorámica de la situación del agro gallego que convivía con la penuria y la miseria.

Siete años después volvió a repetirse la historia: en el Carrumeiro chico embarrancó en 1932 el vapor griego Ermoupolis, vendiendo la compañía de seguros su carga de 5.500 toneladas de maíz procedente de Argentina al precio de 375 pesetas la tonelada a los ganaderos y agricultores de la comarca. Un poco caro, se quejaron entonces.

galicia oscura, finisterre vivo

Ganaderos de diez leguas a la redonda fueron a provisionarse de su cargamento