«De chaval, media jornada iba a la escuela y la otra media trabajaba»

Xosé Ameixeiras
X. Ameixeiras CARBALLO / LA VOZ

CERCEDA

PACO RODRÍGUEZ

Presidente de Egasa, nació en Xesteda y actualmente plantea un proyecto turístico en Chile valorado en 1.500 millones de dólares en 20 años

07 ago 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

José González es el presidente de Egasa, un grupo centrado en el juego, la restauración y la construcción que opera en cinco países y que cerró el pasado año con una facturación de 234 millones de euros y con un beneficio operativo de 32,7 millones. José viaja continuamente. Días atrás presentó a autoridades chilenas un proyecto turístico de nivel mundial para un tramo del borde litoral de Arica, con una inversión de 1.500 millones de dólares en 20 años. Todo un reto de futuro para un hombre que tiene su origen en Xesteda (Cerceda).

-¿Cómo era aquella Cerceda en la que usted nació?

-Se trabaja la tierra con las vacas, con los bueyes, se molía el grano en molinos de agua, no había electricidad y la gente emigraba. Esa era la Xesteda de los años 50.

-¿Y cómo se hizo empresario?

-Tuve la suerte de que mi padre era un pequeño industrial de la madera. A finales de los años 50 compró un camión de transporte para dedicarse a la compra de pescado. En mi casa se respiraba aire empresarial, pues se negociaba con los agricultores la madera. A mediados de la década, mi padre trajo un alternador y daba luz a los vecinos, al tiempo que con la energía movía los molinos de agua y serraba la madera. Se trabajaba durante 24 horas. Por el día se aprovechaba el agua para serrar. Cuando anochecía se daba luz al vecindario durante tres horas y cuando la gente se acostaba se molía el trigo y el maíz. Soy el varón mayor de seis hermanos y cuando mi padre salía con el camión me dejaba al frente de cinco o seis trabajadores. Aquello fue creando en mí este carácter de empresario. De chaval, media jornada iba a la escuela y la otra media trabajaba.

-Aprovechó muy bien las horas lectivas.

-Una causalidad de la vida me dio un profesor muy bueno, Mariano del Amo. Había sido director de prisiones durante la República y era hermano de Antonio del Amo, el director de películas de Marisol y Joselito, y un hombre muy preparado en su tiempo. Mientras fue mi profesor nunca me contó su historia ni me habló de política. Sí veía que era una persona muy formada, con mucha cultura. De hecho, a los 14 años me obligó a leer dos veces El Quijote. Los libros me los dejó él. Más tarde me hizo leer Las mil y una noches, la primera edición en castellano, ocho tomos. Me enseñó algo de francés. Fue la persona que me inculcó la afición por la lectura. Soy un lector empedernido. Más tarde me enteré por su hija de que este hombre, que hablaba cuatro lenguas, cuando estaba en prisión se encontró con un alemán y aprendió su idioma.

-¿Fue, entonces, una buena base?

-Entre la vena o afición empresarial de mi padre, del que también heredé su inclinación a la honestidad y a no faltar a la palabra dada, la energía de mi madre y el esfuerzo constante, que me viene de ella, y la afición por la lectura que me inculcó este hombre, es lo que realmente me ayudó a ser lo que soy actualmente. Me pasó esto, que sin salir de la aldea, vino este hombre, que estaba desplazado, y no podía hacer otra cosa. Fue una suerte para mí. En la democracia le restituyeron en sus derechos.

-¿Cómo empezó con el juego?

-Siempre me gustó el riesgo y el deporte. En mi casa, de siempre, había motos, más tarde tractores, camiones, turismos y con veinte años quería ser corredor de Fórmula 1. Era muy aficionado a los coches. Estaba al tanto de todos cuantos había. Tenía correspondencia de los fabricantes americanos, alemanes, italianos... Me mandaban los catálogos. Me decía el cartero que le daba más trabajo yo que toda la parroquia. La casa Ford hacía unos concursos, similares a una Fórmula 3000, y en el 79 quise ir al que había en el circuito de Francorchamps (Bélgica). Me fui a París, donde tenía a tres primos, para que me acompañasen a Bélgica. Uno de ellos trabajaba en una bolera que tenía una sala de juegos. En Francorchamps no pude participar porque, en aquel tiempo, la mayoría de edad era a los 21 años y para participar necesitaba permiso paterno. Tampoco hubiese hecho nada porque, como ya vi en París, en aquel mundillo eran auténticos mecánicos, técnicos, todo muy profesionalizado. Cuando vi aquello me pregunté: «¿A dónde voy?». Me quedé otros 10 días en París y pasé mucho tiempo en la sala de juegos.

-¿Y ahí vio la oportunidad?

-Mi padre iba montar un bar para mi hermana mayor, pero su marido instaló un comercio de fontanería y ella prefería trabajar con él. Mi padre me indicó que llevase el bar (Bar Xesteda, en Ordes). Quise que me colocaran una máquina como la que había visto en Francia. El operador no quería colocármela, porque era muy cara. «Te la vendo», me dijo. Era una Sinfonola 100, una Gramola. Se la compré, a pagar en tres años. No se fiaba de mí y tuvo que ir a firmar el contrato mi padre. Me fui al servicio militar, regresé 16 meses después y aún estaba pagando la Gramola. Luego, cuando ya estaba un poco vista, decidí cambiarla. No me abonaba nada por ella y decidí llevarla a otro bar del pueblo y compré otra nueva. Y así fue como empecé en el mundo del juego. Luego adquirí otras máquinas, flippers, futbolines, billares...

-¿Qué sucedió luego?

-Yo vi que el bar no era un tema y empecé a colocar máquinas por la zona, más tarde en Santiago, luego en A Coruña y así fue.

-Y ahora expandiendo el negocio por el mundo.

-Estamos en cinco países, España, Croacia, Colombia, Perú y Chile. Pretendemos, de aquí al 2021, estar en doce. En España estamos en las principales autonomías. Digamos que, después de Galicia, que donde más implantación tenemos, junto con el grupo Comar, Madrid es una comunidad importante. Estamos en Cataluña, donde llevamos casi 30 años, Valencia, Andalucía. Hoy, en todas las autonomías tenemos intereses.