«Dunha patada de Pallas subín dous chanzos»

Cristina Viu Gomila
Cristina Viu CARBALLO / LA VOZ

CARBALLO MUNICIPIO

José Manuel Casal

En todo Carballo lo conocen como Liso. Es desde hace 23 años el conserje del colegio Fogar de Carballo, el más grande de la Costa da Morte. Los escolares lo quieren, pero también lo respetan y el descubrió que la enseñanza era su vocación. De niño pasaba los veranos en el Bosque do Añón y fue un auténtico traste. Quizá por eso se le da bien tratar con pequeños. Liso reconoce que fue muy gamberro y un especialista en robar fruta de las huertas

10 jun 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

«Non quedou unha horta no pobo sen que eu a atacara». El mismo Liso que pide seriedad a los escolares del colegio Fogar desde hace 23 años fue un niño y un adolescente «moi gamberro», adicto al subidón de adrenalina que suponía el robo de fruta, uno de los pasatiempos más populares entre los chicos más atrevidos hace 40 o 50 años. Eliseo Lista fue uno de ellos y sus andanzas le costaron muchos coscorrones, de su padre y de Pallas, el responsable de la academia donde estudiaron muchos carballeses que están cerca de la edad de jubilación y que recuerdan los golpes que les propinaba el que fue alcalde de Carballo. «Mallaba en nós», dice Liso, que ahora también trata con estudiantes, aunque en su caso, ser conserje le ha hecho descubrir una vocación que no sabía que tenía. «Sabendo o que sei, sería mestre», reconoce.

El niño Eliseo, tercero de cuatro hermanos, fue muy travieso. Y listo. Para enderezarlo, su padre le propinaba golpes con una vara y él sabía perfectamente cuando iba a caer el correctivo, por lo que se ponía unos cartones en el trasero y fingía un dolor que en realidad no sentía.

Además de robar fruta, con riesgo para su integridad física, Liso y sus amigos, algo más jóvenes que él, construían cabañas. ¿Para qué? Para fumar y jugar a las cartas, explica entre divertido y avergonzado, más que nada por el rendimiento que sacarán de su confesión los escolares más avispados.

Casetas hicieron incluso encima de la palmera de la plaza de Galicia y en los Baños Vellos. «Había unhas colmeas, quitámolas co fume y puxémonos nós no sitio, con asentos vellos que roubamos na estación de trolebuses», explica divertido.

La querencia por las casetas se la llevó Liso a Suiza, adonde emigró después de casarse. La pareja pasaba los días de asueto con otros gallegos, junto al río Aare en Berna. Para estar más cómodos Liso aprovechó materiales de la construcción en la que trabajaba para acondicionar el área. Primero hizo una barbacoa y después una mesa de madera con bancos (de cinco o seis metros) , que acabó cubierta por uralita (para afrontar las tormentas de verano) y rodeada por una valla. En realidad lo que hizo fue una caseta. «Gustábanos moito cantar e xogar ás cartas mentres as mulleres falaban. Pasabamos todo o día», explica. Incluso tenían un sistema para mantener las botellas en el río, con agua fría procedente del deshielo.

El paraíso dominical se esfumó, no sin esfuerzo, cuando la policía pasó por el lugar y les hizo levantar el campamento, incluida la barbacoa de cemento. Solo se salvó la parrilla, fundida en Sofán. «O que fixemos foi unha casa de madeira, pero servía tamén para os pescadores», se justifica.

Sin embargo, al ganar la oposición y entrar en el colegio, Eliseo Lista encontró su auténtica vocación. En un colegio con cerca de 800 niños, hay de todo y mantener el orden es importante. Conoce a prácticamente todos los estudiantes por su nombre y a él acuden cuando se encuentran mal o se han hecho pequeñas heridas, por lo que siempre tiene a mano el Betadine y las tiritas.

En su trabajo, los descuidos se pagan. LLevaba poco tiempo y estaba cortando la hierba. «Facía os recunchos co gabillo e deixeino apoiado para seguir coa máquina. Tiña un cubo grande, negro, de goma grosa, de tres centímetros. Había rapaces de sétimo e de oitavo e cando me din conta deixáronme o cubo como cando pelas un plátano. Moito tiveron que traballar», explica asombrado.

Está convencido de que los niños lo quieren, aunque en ocasiones los abronca e incluso grita en ocasiones, pero asegura que no hay otro modo de bregar con tantos rapaces.

Nada parecido a lo que pasó en el colegio, en la Academia Pallas. «Pegábanos moito, por iso cando morreu ninguén lle foi ao enterro. Mallaba a todo o mundo, non houbo un que escapara», recuerda. «Dunha patata subín dous chanzos», explica. Prefería, con diferencia, la escuela de «dona Isabel», en Alfredo Brañas, o las escuela del jardín.

«Casei coa muller máis boa do mundo»

Eliseo pertenece a la familia conocida como os portugueses, que llegó a Carballo desde Vieira de Leiría y se extendió por toda la comarca, desde Baio a Laxe pasando por Ponteceso. Comparten el apellido Theodosio y conservan el vínculo con la localidad lusa, cerca de Fátima y Nazaré. Liso ha visitado en ocasiones la tierra de sus abuelos maternos y mantiene contacto con sus parientes, aunque ahora apenas puede tomarse un día libre. Comparte con su hermana el cuidado de su madre, encamada desde hace 8 años y allí es adonde va cuando acaba de trabajar en el colegio.

Todos los 13 de diciembre hacen una comida familiar y viene su hermano desde Suiza. Es el cumpleaños y santo de su madre, que se llama Lucía, y la sientan a la mesa para tener un día de celebración familiar, una fiesta «normal».

Le ayuda su mujer, que emigró antes que él a Suiza y a la que cortejó a base de bromas porque también era gamberro para meterse con las niñas. Dice que se casó con la mujer más buena del mundo y que tras casi 40 años de matrimonio volvería a hacerlo. A pesar de que descubrió tarde que podría haber sido maestro, ya que terminó el bachillerato «e fixen as reválidas de cuarto e sexto», también volvería a Suiza, donde trabajó en la construcción cuatro años y en un hospital el resto del tiempo, un lugar en el que había contratados «mil galegos máis».

Llegó a hablar alemán con fluidez y otros idiomas. De hecho, consiguió alquilar su primer piso en Berna porque fue capaz de desenvolverse en francés. Su casero, un notario, le exigía al menos uno de los idiomas que se hablan en el país y el bachillerato le ayudó a poder salir adelante. «Víñanme palabras que non sabía que coñecía», dice. A pesar de eso, cuando regresó, con la ayuda paterna, no quiso volver.