«O día que caín no río volvín nacer»

Patricia Blanco
Patricia Blanco CARBALLO / LA VOZ

CARBALLO MUNICIPIO

José Manuel Casal

Durante 42 años, vendió cupones de la ONCE en Carballo: es ya parte de la historia local

17 ene 2024 . Actualizado a las 19:29 h.

Cuando Eliseo Álvarez Rey, Liso, empezó a vender cupones de la ONCE en Carballo, ni las calles ni la localidad eran lo que son hoy: «Non había beirarrúas nin nada, era todo leiras. Empecei o 30 de outubro de 1962. Daquela o cupón era á peseta». Liso tiene una memoria precisa para fechas y lugares. Contaba entonces 21 años y ahora tiene 75. Nació en Sobreira (Gándara, Zas), pero se mudó a la capital de Bergantiños para ganarse la vida «coma calquera outra persoa»: ese fue el inicio de la historia de sus 42 años como vendedor de la ONCE, oficio del que se jubiló en el 2004. «Dise pronto, pero son moitos», bromea.

Tenía solo 12 cuando una meningitis lo dejó sin vista: «Non lle dixen nada a meus pais, ata que xa se deron conta». A los 21 tuvo que ir a Santiago para cumplir con los trámites del servicio militar, que él no podía hacer, y allí, a raíz de una broma de quien le acompañó, le aconsejaron que acudiesen a la ONCE para consultar la posibilidad de ser vendedor. Así fue. «Vin a Carballo un día de feira, e para o luns seguinte xa empecei», explica. Vivió primero dos meses en la pensión Ponteceso. Después, en O Barracón, «ata que fixen a casa». Aprendió a cruzar con cautela y también a hacerse la cama. Recuerda riendo las peripecias con la sábana bajera, hasta que se plantó y le dijo: «De aquí non saes». Se casó en el 74. «Coñecín o pobo eu só, aprendín eu só a andar por el, e andaba ben lixeiro», señala. No tenía lazarillo, «só un bastón». Las aceras que fueron llegando estaban llenas de «atrancos» y no había mayor preocupación por evitar dejar cajas en medio de ellas. Los espejos de camiones mal aparcados también le han dado algún que otro susto, así como los cubos de basura. «Levabas as cousas por diante», explica. Alguna marca le queda de todo ello, pero siempre se repuso: «A cousa cambiou moito para mellor, agora podes andar, hai beirarrúas anchas, pero si que deberían darse conta de que fai moita falta o son nos semáforos. Pedímolo moitas veces e que un pobo coma Carballo non o teña hoxe...».

Una caída al río

En el capítulo de los sustos guarda uno especial: «O día que caín no río volvín nacer. Foi o 18 de febreiro do 78. Estaba eu só». Por tanto, hoy Liso tiene 38 años. Se precipitó a la fría agua de invierno en el puente de la calle Fomento, porque estaba sin petril ni bordillo. Fue a dar al puente nuevo de la Luis Calvo: «Fun por onde a auga me levou. Crucei por debaixo da ponte e gritei. Deberon de oírme. Agarreime ao que puiden, unhas pólas». Un conocido, Lecho, lo rescató y llevó a casa. «O médico díxome: ‘Liso, eu se caio coma ti, xa morro no aire’», ríe. Perdió en el agua «12.000 ou 13.000 pesetas de cupóns», pero se los abonaron «porque fora un accidente». Muchos detalles están ligados al trabajo porque este fue, sin duda, una de las grandes aficiones de Liso. «Xubileime aos 64, pero se houbera que seguir máis, seguía. Non me pesaba nada. Levábame idea». Pasó años sin vacaciones, por voluntad propia, «ata que logo xa obrigaron a collelas, normal».

Tuvo quiosco en la plaza y cuando salía de él, se ponía frente al Mexillón. No obstante, eso ya fue evolución: «Ao primeiro non tiña quiosco. Andabas polas rúas, por onde podías, nada máis». ¿Y cuándo llovía? «Pois cando chovía aguantabas», ríe. Con su traje de agua, cumplía los horarios a rajatabla. Tenía una «contraseña» particular y propia con los clientes -una especie de silbido- y también un chiste que su hija Ana recuerda mucho, alegre:

-Acabo de ver un home desnudo coas mans nos bolsillos.

«Tiña moi boa clientela, foron moitos anos. Viñan a pé de min», reseña Liso. En el 75 entregó un premio de 40 millones. El día en el que se inauguró la estación de autobuses, otro. «Quedas contento de que toque, claro», señala. Liso ya no llegó a la máquina de vender cupones: «Non a quixen». Fueron 42 años de dedicación absoluta que le han hecho merecedor de las medallas de plata y oro de la ONCE, así como de una mención cuando se jubiló, además de algún homenaje de los compañeros. «Gustábame o traballo, eu ía voluntario», añade.

Junto con el trabajo, otra de las aficiones de Liso era el fútbol. Apoyar al Bergantiños, los domingos, «pero cando estaba o campo aquí abaixo». Se ponía detrás del portero contrario y le hacía siempre algún chascarrillo: «Había moitísima afección. Acordo cando viñera o Rayo, cando Lucho fallou o penalti». Fue una de las mayores entradas que se recuerdan, si no la mayor. Al campo nuevo fue solo un par de veces: «Está máis lonxe. Hai que coller coche e demais. Levar o campo para alá foi unha lixeireza dos políticos», reflexiona. Detrás de la portería, Liso sostenía siempre al lado del oído un transistor: «Escoitaba o Madrid e máis estaba ao Bergantiños». Celebraba el gol como todos en el campo.

Los hábitos, y en parte la vida misma, cambió en cierto modo con la jubilación. En el 2007 llegó su fiel e inseparable amigo Sam, su perro guía. «Antes xa trouxera outro, Dumas, pero só estiven un mes con el». Liso se levanta temprano, lo saca en un primer paseo mañanero («vou cara O Quinto»), vuelve a desayunar a casa y sale a pasear por el centro de Carballo: Rosalía de Castro, Gran Vía... Después, cada mañana, se sienta con Sam en la esquina del Casino. Es ya una imagen icónica de esta calle. Vuelve a casa, cepilla a Sam en el bajo y barre todo: «Déixoo todo ben feito». Las tardes de verano las pasa bien en el parque, «boreando».

Liso tuvo dos hermanos. Uno ya falleció y otra reside en A Pedra (Nantón). Con su esposa, Angelita Rial García, Lita, tuvo dos hijos, Ana y Manuel. Estos le han dado ya seis nietos. Tras 42 años siendo vendedor de la ONCE, es una persona sumamente querida en Carballo: ya forma parte de la historia local. «E agora, pois nada, seguir ata que se poida, ata que nos deixen. Non é mal pedir», señala.