Clientes de invernadero

Juan Ventura Lado Alvela
J. V. Lado CRÓNICA CIUDADANA

CARBALLO

07 mar 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

En el principio de los tiempos había toldos, con sus lonas enrollables, la consiguiente manivela para la que nunca aparecía un sitio en el bar en el que no estorbase, y casi todos con el logo del caballito de la empresa de Arzúa que los hace y que pareciese entonces el único fabricante en el mundo.

Con los años, a esos voladizos de carrete, que servían para no achicharrarse el cráneo e incluso para salvar la gabardina de algún chaparrón, le fueron creciendo cordeles, cadenas y otros añadidos que los asían al suelo y mitigaban así su vulnerabilidad ante los vendavales.

Al abrigo de las cuerdas de marras, empezaron a arrimarse al conjunto alguna que otra mampara lateral, porque ya se sabe que en Galicia y en la Costa da Morte, sobre todo, la lluvia no solo viene del cielo y de poco sirve que te cubras lo de arriba si dejas descuidados los bajos.

Vino la ley antitabaco, porque, aunque nadie se lo crea ya, Zapatero a veces también hacía cosas bien, y con ella llegó el desmadre: tirar tabiques, levantar otros, abrir clubes con socios que nunca antes pensaron que pudieran tener nada en común... Cualquier treta valía para alcanzar la meta sagrada: mantener el pitillito lo más cerca posible del café o del cubata, según se terciase.

Así inventamos el terraceo de invierno, que nos pega más o menos lo mismo que la nieve al esquiador venezolano ese (se llama Adrián Solano), que tantas carcajadas crueles ha propiciado con sus tropezones en los mundiales de Finlandia.

Abierta la veda, no había seta -así se conocen esas estufas con sombrero que llevan una bombona dentro- que llegase, porque el rubio de alquitrán y nicotina, como mucho calienta el hocico, pero tiene escasos efectos sobre los juanetes. Incluso los calefactores esos de dos barras incandescentes, que se comen la electricidad a cucharadas e que incluso encienden los cigarros en situaciones de urgencia [está comprobado], volvieron a hacerse modernos para ocupar un lugar noble en la fachada de la taberna. Perdón, del lounge bar, el gastropub o la bistro-tasca.

Como ya todo estaba perdido, la técnica la dominábamos de los gallineros con somieres, y en Arzúa aún quedaban lonas y si no se traen de China; los más avezados pensaron que si se dan los tomates, porque no van a crecer los clientes en una suerte de invernadero que, además, te permite multiplicar los metros de tu local sin gastar un euro en baldosas. A los proveedores les pareció la idea del siglo, con lo que empezaron a ahorrarle a la gente el viaje a China, a cambio de que su logo luciese bien grande en el plástico.

El resultado, con los camareros emulando cada noche al rubio de Bricomanía, está en la calle.