Destrucción

Margarita Mosteiro Miguel
Marga Mosteiro LA CLAVE

CARBALLO

18 ago 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Allá por mayo, un amigo me dijo que tendríamos un verano espectacular con temperaturas altas y sin lluvias. Su pronóstico estaba basado en eso de las «témporas» que ha intentado explicarme mil veces, aunque mil veces me ha dejado por imposible. Método científico o no, la realidad es que acertó de lleno. También hizo pleno en su segundo pronóstico. Ya en mayo, mi vecino estaba seguro de que pagaríamos caro el calor y la falta de agua, porque se daría el marco ideal para los desaprensivos que disfrutan destruyendo la naturaleza. Cuando julio se despedía sin que los incendiarios aparecieran en escena, pensé que quizá el monte estaría a salvo. Sin embargo, llegó agosto y la suerte se esfumó. Varias localidades de la zona volvieron a despertar el interés de quienes gozan con el espectáculo de las llamas, de quienes se creen en el derecho de destrozar el bien común y que impunemente encienden la mecha.

La culpa no es ni de las altas

temperaturas ni la de falta de

lluvia ni tampoco de la carencia de planes de conservación

y mantenimiento de los montes, aunque es evidente que estas causas alimentan el desastre. La naturaleza no arde

sola, hay que prender la mecha. Hasta resulta difícil de creer que una colilla arrojada

por la ventanilla de un coche

que circula a cien kilómetros

por hora pueda ser la causa de un desastre ecológico.

Entre los primeros culpables

de los incendios están personas sin apego a la naturaleza

que deben ser sancionados de

forma ejemplar, y también los

que se mueven por unos intereses económicos que tienen

que ser frenados en seco. Para

unos y otros, la solución es de la Administración.