San Xoán

Emilio Sanmamed
Emilio Sanmamed LIJA Y TERCIOPELO

CARBALLO

23 jun 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

i Riazor, ni O Touro, ni las sardinas, ni siquiera Xoán. Para mí, San Xoán es mi abuela Oliva. Hace demasiado tiempo solíamos preparar una pequeña hoguera para ella y para mí.

Cuando las estrellas comenzaban a bizquear, orábamos entre todos: «Á fogueira de San Xoán, que non nos morda nin cadela nin can». Sus pies, ligeros crisantemos, aún no habían olvidado cómo volar y, de la mano, desplegábamos nuestras alas de cormorán para zigzaguear sobre el fueguito como dos charamuscas.

Al apagar la fogata, ella aseveraba: «O máis importante do mundo é ser boa persoa». Y yo pensaba que me lo decía porque eso haría felices a los demás.

Me dediqué a buscar mi felicidad en el abisal fondo de los vasos y en conductas disruptivas. ¡Cuántos años tardé en descubrir que el «ser boa persona» era un consejo para mí, que era la única forma de ser feliz! La bondad es la forma de sabiduría más excelsa, pues lleva a la armonía.

Mi abuela es una buena persona, ergo es sabia. Aunque sus pies ya no puedan revolotear sobre las brasas, continúan dejando las profundas huellas de quien reparte afecto a quemarropa. Tiene dentro cientos de universos y en uno de ellos me enseñó a querer ser bueno. En otro siempre estaremos saltando nuestra hoguera.

La gente entorna sus ojos al mirar el fuego, como si vieran algo en las llamas. Yo también lo hago, intento ver cómo se queman mis vicios, mis penas, trato de ver cómo renazco tal que Fénix. Pero esta vez no, este San Xoán bajaré a la hoguera solo para desear que no se apague nunca, porque es bonita, porque da calor, porque es mi abuela.