El fuego cobarde imposible de sofocar

Xosé Ameixeiras
Xosé Ameixeiras ARA SOLIS

CARBALLO

23 feb 2015 . Actualizado a las 12:39 h.

El fuego cambió en su momento el curso de los tiempos. La vida del hombre sufrió una gran transformación desde el instante en que fue capaz de crear una llama. El puerto de Razo también será otra cosa a partir de la destrucción culpable y cobarde de cuatro embarcaciones deportivas en la madrugada del pasado miércoles. El suceso más grave de una cadena de sabotajes y actos vandálicos provocados en el último decenio en un lugar que, en vez de ataques salvajes, lo que necesita es mimo. No deja de ser un gran recurso turístico de Carballo. Un incendio lleva aparejada una violencia extrema. Pocas cosas hay tan destructivas. Cuando las llamas arrasan algo de valor hacen encoger el ánimo. Además, si tienen su origen en el propósito de hacer daño -como parece ser en este caso- suelen llevar aparejadas grandes dosis de cobardía. El fuego es uno de los principales recursos de los amilanados, que tienen grandes ventajas con este arma, pues las llamaradas se encargan de ir destruyendo su objetivo mientras que su autor puede huir sin ser delatado. No deja de ser reflejo de una vena patológica y criminal. En Razo se han dado todos estos elementos juntos. Y no es la primera vez que ocurre en este lugar. Cuatro años atrás ya quemaron una pala excavadora que hacía obras en el embarcadero. Poco tiempo después destruyeron por el mismo método otra lancha. No es extraño, pues, que los dueños de las embarcaciones hayan decidido emigrar a otras instalaciones portuarias más seguras. En todo este tiempo, los organismos públicos no han aportado soluciones. Supuestamente tampoco sería tan difícil encontrar al incendiario o incendiarios. Se presume que bastaría con analizar los intereses en juego, pues, aunque sea difícil comprenderlo, alguien sacará ventaja de este atentado. Aunque solo responda a una forma de ventilar el odio o quemar emociones reprimidas que ha llevado a alguien, previsiblemente reincidente, a sacar su lado humano más salvaje. Parece costumbre en esta comarca que la destrucción por medio del fuego quede impune. El incendio -a todas luces intencionado- de cuatro autobuses reducidos a cenizas en Carballo aún no tiene culpables nueve años después, ni el desastre ocasionado por medios idénticos en la cantera de Ponteceso. Demasiada maldad para tan poco que aprovechar. El poder destructor de las llamas no deja de ser un recurso para el que se necesitan pocas luces. Sorprende que tanta cortedad pueda salir impune y que un buen grupo de ciudadanos puedan ser amedrentados con tanta facilidad. Alguien debería tomar medidas de forma definitiva para indagar dónde está el problema en el puerto de Razo y darle una solución definitiva. Parece difícil que la instalación de unas cámaras pueda debilitar tan fuerte corriente de odio, posiblemente más potente que los oleajes que día a día luchan contra las rocas del salvaje paraje carballés.

El suicidio demográfico. El viernes fue presentado en Carballo un libro sobre la deriva demográfica que sufren la Costa da Morte y Galicia en general. Un grito más ante una hemorragia que llevará a la defunción de esta y otras comarcas si no se le pone remedio. La principal riqueza de una tierra está en su capital humano y el de este territorio tiene muy poco interés. Corremos el peligro de agotar nuestra capacidad de regeneración, lo que nos puede llevar a un suicidio demográfico más que anunciado. Tienen que poner las condiciones para que esta tierra sea fértil.

Las togas visten la política municipal

Aún seguimos con el entroido. Ayer la Mikaela lució esplendorosa por Buño con su comitiva de sedientos divertidos y hoy el Faustino y el Farruco mostrarán impúdicamente sus atributos por las rúas de Malpica. En Fisterra resucitaron la Queima do Polbo, una muestra de que en el último rincón hay vida. Es el carnaval con más aliento propio, el de la savia popular que no se marchita ni entiende de premios metálicos que son pan alegre para hoy y hambre para mañana. Al anochecer se guardarán de nuevo las máscaras hasta el año que viene, pero llegan los otros disfraces, los de la campaña electoral, donde todo parece verdad, pero no deja de ser más que un parecido casual. Empiezan las cuchilladas de verdad, esas que van directamente al vientre de las aspiraciones del rival político. Un callejeo en el que todo vale con tal conquistar unas papeletas para las urnas. Si es imposible ganar, al menos evitar que el contrario logre la mayoría absoluta, malo será que un chaquetero no permita seguir mangoneando con cargo a los presupuestos. La legítima aspiración del ciudadano a dirigir los organismos públicos se ensucia en ocasiones con propósitos menos nobles. Los concellos parecen poderlo todo, pero no hay nada que no tenga fin y los tribunales trabajan a destajo. Nunca tantas togas han vestido la política municipal como ahora.