Un documento hasta hoy inédito: «El Tibidabo del Ézaro»

LUIS LAMELA

DUMBRÍA

SANTI GARRIDO

Repaso a una crónica de Juan Trillo, escrita en 1921, que no llegó a ver la luz impresa

04 feb 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

Entre la documentación heredada de Pepe Miñones, de la que tengo la suerte de ser depositario, se encuentra una colaboración enviada en julio de 1921 por un tal Juan Trillo, de O Ézaro, y titulada El Tibidabo del Ézaro: nota veraniega, para publicar en la revista Nerio, fundada por el corcubionés fusilado por los franquistas en 1936. No obstante, al cesar la publicación de la revista en ese mismo año 1921, la crónica de Juan Trillo quedó sin ver la luz impresa, y hoy, poco menos que cien años después de ser plasmadas las impresiones sobre el papel, vamos a recorrer con el autor parte del itinerario geográfico-literario-turístico que dejó reflejado en un folio rayado ahora ya muy descolorido.

 

 

Intentando atraer visitantes a su propio espacio geográfico, Juan Trillo comenzó el escrito hasta hoy inédito invitando a los turistas a meditar «bien el punto que vas a elegir antes de marcar el rumbo que pienses tomar, pues de acertar o no, del que el organismo requiere, depende la solución del problema veraniego...(...) permítame que señale uno tan interesante como olvidado y asequible a las más modestas fortunas. Para llegar a él, no necesitas la virtud de seres alados que, como golondrina remontando el vuelo a las regiones etéreas se transporta como, cuando y a donde quiere. Ahí tienes el auto, la lancha, el caballo, medios locomotrices de acortar distancia; mas sí no están al alcance de tu posición económica o te parecieren expuestos, levántate y anda, dirige tus pasos hacia el Atlántico y en donde la última ramificación de la cordillera Pirenaica está besando el insoldable océano, tropezarás con la histórica y ribereña aldea de Ézaro, en la cual puedes contemplar el paisaje y los dones que con ella natura se mostró pródiga. ¿Estás enfermo? Báñate en sus saludables aguas marinas que curan y tonifican, toma las ferruginosas tan virtuosas como olvidadas del manantial de Santa Uxía, cuya propiedad gastronómica convierte cualquier degenerado en anfitrión capaz de tragarse un hueso sin indigestarse».

 

 

Benigno clima

 

Después, Juan Trillo continúa asegurando que el más benigno clima que puede imaginarse el futuro visitante se disfruta en el valle de O Ézaro, serpenteando por el Xallas de un lado, besado por las tranquilas y azuladas aguas marinas por el otro y rodeado en el resto por elevadas montañas tachonadas en sus faldas por el verdor de los pinares impregnados de oxígeno vivificante que, a «modo de néctar divino, ensancha los pulmones y expansiona el corazón».

Seguidamente vuelve la vista atrás para encontrarse con hechos históricos que contrastan con lo vello y lo sublime de aquel espacio de ensueño, noticiando que en el archivo parroquial constaba que el Dr. Pispieiro Araujo, «que cuando el 1808 (sic) en unión del Rector de Morquintián formaron la junta de defensa de Corcubión en la jornada trágica de Puente Olveira, en que nuestros esforzados guerrilleros vendieron caras sus vidas defendiendo la de sus semejantes y la patria que les vio nacer».

Asciende después en su descripción a las crestas del monte de O Pindo, que orgullosas se elevan por su lado sur, intentando tocar el cielo. Contempla desde allí la piedra da Moa, «castro de los más majestuosos y notables, elegido por los celtas con sus muros de protección de tres metros de espesor a corta distancia, castillo natural donde emplazados unos cañones Berta harían inexpugnable toda la costa desde Vigo a La Coruña y los despeñaderos o barrancos que la rodean, semejando al Jurujú africano», un panorama indescriptible para Juan Trillo, ofreciendo a la vista del turista veinte leguas a la redonda.

Desciende ahora a donde el Xallas besa el mar para ver la hidroeléctrica con su salto de ciento y pico de metros, causa de estar cegada la famosa cascada en la época del estiaje; «pero no te tiente el diablo si el vértigo te acomete, que al visitar la Electra del Xallas, quinientos metros aguas arriba de la anterior, vayas por el camino balcón existente sobre el río a cinco metros de altura, exponiéndote a dar con los huesos en las calderas de Pero-Botero, con los correspondientes susto y remojón; trepa por las rocosas peñas que siguen el movimiento rotativo de la tierra, asiéndote a los Pelouros al resbalar y marcharás sobre seguro sin temor a baloncazos».

Cocina campestre

Juan Trillo aconseja también que si el visitante se siente fatigado, que descanse un poco, pero que no vaya a restaurante alguno a comer: «Saborea la cocina campestre a estilo de cazador, paladea las suculentas cabezudas revenidas a la marinera, el congrio en salpicón, anguila empanada, y las clásicas brevas del Pindo como postres, alternando con unos traguitos de agua pura y cristalina de propiedades digestivas superiores al Valencia, Peralta, Sanmartín, Rioja, Valdepeñas, Martillo o como quieras llamarle, porque, los anuncios del escaparate no influyen en la mercancía más que nominalmente. Después de ingerir tu correspondiente dosis de moka y cuando tu veguero (de que vendrás provisto) despida espirales de humo, date un paseíto por la carretera (?)». «Pero si eres cristiano», aconseja contemplar Juan Trillo el mausoleo conmemorativo de las 17 víctimas que hundió la macabra barquichuela el 5 de enero de 1902, rogando a Jehová, para que inflamase los corazones de quienes pudieran influir para que el puente sobre el río Xallas se llevase a cabo cuanto antes.

No obstante los deseos, no se inflamaron los corazones de quienes podían influir en las obras del puente: tardó en construirse más de treinta años. Lo que si acertó Juan Trillo, el autor de la colaboración no publicada para la revista Nerio, fue en la belleza del rincón que describe.