Muxía también movió los hilos del encaje

luis lamela

CARBALLO

Emigrantes muxiáns establecieron casas comerciales en La Habana y Buenos Aires

21 ene 2015 . Actualizado a las 10:06 h.

La elaboración de los encajes es de origen muy remoto, afirmó el muxián Francisco M. Balboa en el quincenario independiente El Eco de Mugía, número 25, del 30 de octubre de 1903. Desconocía en absoluto quién había sido el primero que implantó en la Costa da Morte esta industria. «Hay motivo para suponer -afirmaba- que fue introducida por los italianos que, en remotos tiempos, hacían mucho comercio con Muxía y con otros pueblos de esta costa».

En Muxía, como en todo el territorio de la Costa da Morte, comenzó tejiéndose solo para el consumo de cada familia hasta que algún comerciante o intermediario de la villa de la Barca le pareció que aquello podía ser un filón de oro, y así fue: comenzaron a comprar encajes en pequeñas cantidades y a llevarlos primero por las ciudades españolas y después a América. El resultado no se hizo esperar: la propaganda aumentó la demanda. La industria del encaje tomó proporciones relativamente grandes, y lo que empezó siendo una industria casera acabó por ser el venero de riqueza quizás más importante del partido judicial de Corcubión y de algunas localidades del de Carballo, durante las dos últimas décadas del siglo XIX y las tres primeras del XX.

Hasta el año 1875, aproximadamente, esta industria tuvo poco desarrollo en esta esquina atlántica, pero a partir de esa fecha llegó a ser relativamente importante. Existe una estimación: a principios del siglo XX se dedicaban en Galicia, y principalmente en la Costa da Morte, más de 20.000 mujeres y niñas a confeccionar encajes al palillo o bolillo, mientras que la exportación del artículo a las repúblicas hispanoamericanas en el año 1903 se aproximaba a un millón de pesetas de la época, según datos estadísticos que el mismo Francisco M. Balboa recogió. Y como principal país importador en el citado año figuraba en primer término la isla de Cuba, con medio millón de pesetas, siguiéndoles después la República Argentina, y en más pequeña escala, México y Puerto Rico. Sin duda alguna, los encajes se habían convertido en un adorno de preferencia de la mujer, imponiéndose más que nunca en esas épocas pasadas por la caprichosa moda.

Varios emigrantes muxiáns fueron los primeros en establecer algunas casas comerciales en La Habana y Buenos Aires para vender este producto a gran escala, consiguiendo amasar importantes fortunas y logrando también convertirse Muxía, un pueblo de pescadores hasta aquel entonces, en una «populosa» y rica villa con este tipo de producción y su exportación.

En América se conocía el producto con el nombre de encajes gallegos, pero en algunas provincias españolas les denominaban encajes de Camariñas, localidad que, al igual que Muxía, trabajó mucho este producto, presentando un entusiasta camariñán algunos trabajos de encajes en la Exposición de Barcelona en la que obtuvo medalla de oro, y eso fue quizás uno de los motivos por los que a partir de entonces empezaron a llamarse encajes de Camariñas. De todas maneras, si las industrias han de llevar el nombre del pueblo que las ha elevado a grado álgido de esplendor, ningún nombre le cuadra como el de encajes de Mugía -afirma el propietario de la fábrica de encajes, Galicia Industrial, Francisco M. Balboa-.

A principios del siglo XX, los encajes tenían su principal centro de contratación en la villa de Muxía, en donde residían los principales acaparadores del producto, entre ellos el citado Francisco M. Balboa. «Indudablemente tienen todos los centros fabriles de la Península algo que aprender de este olvidado rincón; crear una industria, presentarla personalmente en todas las partes, conseguir mercados propios y llegar a constituir de lo que parecía insignificante un venero de riqueza para toda la comarca, es una labor poco común en nuestra nación», reseñó orgulloso el muxián citado en el quincenario El Eco de Mugía.

En mulas o carros del país

Pero Muxía, como Camariñas, aunque parezca raro y extraño hoy en día, no tenía ni una mala carretera que los comunicase con el resto de España: las expediciones del producto se hacían en mulas o en carros del país por malos y a veces intransitables caminos vecinales: despeñaderos les llegaron a calificar gentes de la época. «No pedimos escuelas industriales como la creada por el Gobierno portugués en Peniche para que funcione la confección de encajes, asunto allí que se dedican también las mujeres, pero que menos habíamos de tener que 15 kilómetros de carretera que nos faltan para quedar en comunicación con el resto de España», dice al respecto Francisco M. Balboa. «Es tal la necesidad de esta vía, entraña tal importancia para el pueblo, para la industria y para la comarca toda, que difícilmente se encontrará en toda la nación, ni aún buscando con la linterna de Diógenes, un pueblo sin carretera que más la necesite ni que más la merezca, porque al fin aporta a la industria nacional un contingente relativamente importante (?). Pedimos tan solo vías de comunicación. ¡15 kilómetros de carretera! ¿Se puede pedir menos?»

Bueno, pues hoy, después de más de 110 años transcurridos, seguimos clamando, sino por la carretera de Berdoias a Muxía, ni por el tren de las «tres ces», que ya quedó registrado en la historia de un fracaso, la autovía hasta Fisterra, que, por el camino que vamos, llegará quizás en el siglo XXII.

galicia oscura, finisterre vivo