La construcción de barcos en Corcubión

luis lamela

CARBALLO

Botadura del «Julita», en las fiestas de las Mercedes del año 1920.
Botadura del «Julita», en las fiestas de las Mercedes del año 1920.

Crónica de la gran actividad que un día hubo en el entorno de la playa de Quenxe

30 jul 2014 . Actualizado a las 07:00 h.

Cuando publiqué el pasado 4 de enero en este mismo periódico un trabajo titulado, La intrahistoria de una vieja fotografía, dando noticia de la construcción del pailebot Julita en la playa de Quenxe corcubionesa, pudiera haber dado la impresión de que solamente se había construido puntualmente algún que otro buque y nada más. Es una impresión en todo caso errónea, ya que allí, en aquella industriosa playa sede de la Compañía General de Carbones y de varias «fábricas» de salazón, la botadura de barcos fue bastante habitual durante los siglos pasados. El pailebot que se cita, de 300 toneladas de registro bruto, fue botado el 27 de septiembre de 1920 dentro del programa de fiestas de las Mercedes de aquel año, al querer contribuir la Compañía de Carbones al mayor esplendor de las celebraciones, activando por dicho motivo los trabajos para la botadura y organizando la continuación de los festejos.

El barco fue construido en los astilleros de dicha sociedad en el arenal de Quenxe, bajo la dirección del maestro José Vázquez Iglesias, Palletas, y fue, según afirmaron los técnicos de entonces, orgullo de la marina de este porte por su corte irreprochable. En la botadura actuó como madrina la hija del gerente en Galicia de la compañía, José Alcántara, llamada también Julia. Presenció el espectáculo una abigarrada y compacta muchedumbre a los acordes de la música, deslizándose la nave en el momento de estampar sobre el casco la botella de champagne, en medio de una nutrida salva de aplausos y de la brisa fresca del atardecer. El Julita iniciaba así su viaje incierto para afrontar el difícil desafío de navegar. Se convirtió en el gran acontecimiento de las fiestas del pueblo.

Una pequeña crónica del acontecimiento fue firmada por un viajante, Juan J. Salgado, que se encontraba en Corcubión por aquellas fechas: «Acto emocionante y de imborrable recuerdo, fue la botadura del Julita. ¡Momentos de intensa emoción aquellos!... Hasta que el ?¡alá vai!? de un obrero llevó la vista de los concurrentes al casco. A los acordes de la Marcha Real, ante un religioso silencio, deslizóse arrogante, dejando atrás el hogar que le diera vida, para convertirse en instrumento de civilización. Un ¡Viva España! atronó el espacio, unánimemente contestado. Hasta el mar susurró ¡hurra! al recibir en su seno una vida que en él perecerá. A estos siguieron otros vivas de rigor, y entre salvas de aplausos, embriaguez de entusiasmo, dio principio el himno a Galicia, oído con fervoroso silencio y en pie. A instancias de los circunstantes repítese... ¡El delirio!...».

Otras noticias

Además del Julita, tenemos otras noticias de construcción de barcos en los varaderos de Quenxe. Y podemos citar, por ejemplo, que en 1829 se construyó una goleta bautizada como Camila, barco que años después fue reconstruido con la madera y clavazón del famoso buque inglés naufragado en Caneliñas, The Great Liverpool. Y, más tarde, esta famosa goleta, Camila, vino en 1888 a morir de vieja a la misma playa en la que había sido botada, aprovechándose sus clavos de cobre para reutilizarlos en la construcción del balandro nombrado Méndez Núñez.

De otro buque más tenemos también noticias. Fue botado en el año 1888 un hermoso yate de recreo y vivero de langostas construido con todas las perfecciones posibles del arte de la construcción naval de la época, un tipo de barcos que se utilizaban para el transporte de langostas vivas -muy abundantes en la Costa da Morte durante muchos años, exportándose toneladas y toneladas-, de los que el empresario fisterrán-corcubionés Plácido Castro Rivas poseía varios. Y, lógicamente, si no todos, muchos también construidos en los varaderos de Quenxe.

Las ruinas de las fábricas de salazón de Quenxe, del desaparecido varadero y de las antiguas instalaciones de la Compañía General de Carbones, son actualmente poco habladoras. Siempre están en silencio, cubriéndose de hiedras que tapan su activo pasado, destruyéndose. Recuperando ahora nosotros estas historias interrumpidas, hablamos de un tiempo quizás muy duro y distante, acostumbrados nuestros antepasados a luchar contra las adversidades. Por el desgaste del paso del tiempo, extinguidos desde hace muchos años los últimos testigos de esa época dorada de Corcubión, nos quedan solamente, además de las ruinas, borrosas fotografías como la que ilustra esta página para recordarles y certificar de su existencia. Son viejas y deterioradas fotografías aliadas de la memoria que alumbran la verdad de nuestro pasado: el ayer de Corcubión.