El cementerio de la Armada española

Miguel San Claudio

CARBALLO

La fragata «Ariete» embarrancó en Carnota en la década de los 60

08 jun 2014 . Actualizado a las 07:00 h.

Toda navegación frente a la Costa da Morte ha pagado un tributo. Las naciones con actividad marítima -todas ellas- tienen numerosos ejemplos hundidos en nuestras aguas, tanto pertenecientes a navieras privadas como a sus marinas militares y la Armada Española no iba a ser una excepción. Su tráfico frente a Galicia hubo de satisfacer un tributo en buques hundidos que hoy forman parte de nuestro patrimonio cultural.

Desde navíos de línea del siglo XVIII hasta fragatas antisubmarinas, pasando por cañoneras o barcazas de desembarco, todos ellos descansan a escasa distancia de esa orilla donde la mentalidad continental encierra a muchos seres humanos. De uno de ellos trataremos hoy.

La Ariete era una fragata rápida antisubmarina. Fue construida en los astilleros Bazán de Ferrol a partir de los planos de la clase de destructores franceses Le Fier que Alemania capturó tras la victoria sobre Francia. El 26 de febrero de 1966, embarrancó en la punta Ardeleiro, en Lira, municipio de Carnota.

Botado en 1955, esta clase de buques tenía una propulsión de turbinas a vapor, que según algunas fuentes era excesivamente compleja. Modernizados merced al apoyo de los acuerdos firmados por nuestro país con Estados Unidos, fueron clasificados como fragatas rápidas antisubmarinas, concepto de buque establecido durante la Segunda Guerra Mundial que se pretendía aplicar a la previsible, por entonces, contienda que había de estallar entre la Unión Soviética y las democracias occidentales y sus aliados.

Su tamaño, si bien de acuerdo con los estándares de la época para lo que significaba un destructor, lo acercaría a un patrullero o corbeta de nuestros días. Un fuerte temporal frente a Fisterra vino a demostrar a su tripulación que este duro océano poco tiene que ver con aquel mar, al que los que lo conocen denominan en femenino.

Problemas de diseño

Fueron barcos malos al salir de los astilleros y lo continuaron siendo tras las modernizaciones y reformas. Sufrían de falta de estabilidad, lo que los hacía comportarse mal con determinados estados de mar, así como embarcar mucha agua, lo que les hizo ganar fama de sucios. Por si eso fuera poco, sus máquinas, dado su complicado diseño, sufrían frecuentes averías lo que las hacía ser poco fiables. Con todos estos problemas, no es extraño que uno de tales buques fuera a perderse en las costas de Lira a causa del mal tiempo.

En la noche del 24 al 25 de febrero de 1966 nuestro buque navegaba rumbo a Cartagena en medio de un temporal. Estaba al mando del entonces capitán de corbeta Francisco Carrasco Ruiz. Según algunos testigos, nunca debieron salir de puerto en aquellas condiciones climatológicas, pero había prisa por regresar a su base.

Los severos golpes de mar que recibió hallaron el camino para ir averiando válvulas y rompiendo tuberías hasta alcanzar las calderas y los tanques de combustible, deteniendo definitivamente la máquina y dejando el buque sin gobierno.

Se hicieron ímprobos intentos por poner de nuevo las máquinas en funcionamiento, aunque sin éxito.

En esta situación se intentó salvar el barco, recibiendo remolque por parte de un petrolero de la Campsa, el Camporraso, pero desgraciadamente el cable se rompió, matando a uno de sus tripulantes. También intentó el salvamento la fragata Legazpi, aunque le fue imposible poder tomar un remolque. Otro tripulante de este buque resultó gravemente herido en la operación.

El desamparado Ariete, todavía probó a fondear, con la esperanza de poder aguantar en estas condiciones, pero este último recurso también fracasó. El barco acabó estrellándose contra la costa, no sin antes sortear por milagro los abundantes bajos, en Ardeleiro, a las 21.46 horas. Quizás en el mejor lugar para el salvamento de toda la zona, otro milagro.

El rescate

Era noche cerrada, al pueblo de Lira y a los vecinos de los alrededores les correspondía ahora dejar bien clara su condición de «bos e xenerosos» acudiendo en tropel a las rocas para poner a salvo a 168 hombres -la mayoría chavales-, hijos de otras madres y esposos de otras mujeres. Como siempre que al pueblo gallego se le da la ocasión, los resultados superaron las expectativas.

Hombres y mujeres acudieron con tractores para dar luz, con mantas para calentar a los náufragos, con comida caliente, se encendió el horno de la panadería? hasta abundaron las botellas de coñac para reanimar a alguno. Se tendió un andarivel desde el barco y a brazo se manejó esta línea de vida. Alguno llegó a caer al mar poniendo en vilo el alma de los rescatadores.

Con todo ello, y frente a todo pronóstico, ni una sola vida se perdió, ni hubo un solo herido grave, puesto que como ya hemos dicho que los daños se produjeron entre los buques que acudieron al salvamento.

En un primer momento todavía se pensó en un posible salvamento que pudiera recuperar el buque, pero pocos días después, todo se perdió, al partirse en dos en el mismo lugar. Comenzaron entonces los trabajos de desguace y, todavía más importante, la recuperación de los equipos electrónicos además de las armas y municiones. Estos trabajos tuvieron todos los inconvenientes que nos podemos imaginar al trabajar en un barco partido en dos y sacando las municiones de una en una de profundos pañoles.

Por la colaboración prestada en el salvamento, se concedieron numerosas condecoraciones individuales al tiempo que a Carnota se le concedió el título de «Muy Noble y Hospitalaria Villa» y al puerto de Lira se le construyó su espigón.

Todavía es objeto de discusión si el final feliz de esta peripecia se debe a la intercesión de la Virgen del Carmen o a la de los Remedios, a cuyos dominios se vino a perder la fragata rápida antisubmarina Ariete.