La morada del gigante del castro de O Logoso tiene fácil alcance

DUMBRÍA

Xosé Ameixeiras

Un recorrido entre Hospital y Xestosa permite subir hasta los restos castreños de O Castelo, disfrutar de una amplia panorámica y acercarse a la Devesa de Anllares por los márgenes del río Ézaro

17 mar 2014 . Actualizado a las 15:38 h.

Decían los viejos del lugar que en lo alto del monte de O Logoso vivía un gigante que hacía sus sacrificios en la Pedra de Brazal, una curiosa formación granítica en equilibrio que el Concello de Dumbría ha adoptado como uno de sus símbolos. Al margen de las viejas leyendas, lo que sí es cierto es que en lo alto de O Castelo se conservan los restos de dos murallas y de varias construcciones que hasta ahora los pocos especialistas que han subido al lugar consideran que es un castro. Hay quien opina, y el escudriñador de viejas historias locales Modesto García Quitáns es uno de ellos, que en realidad es lo que queda de una vieja fortaleza medieval.

La ruta entre Hospital y Xestosa es fácil. Hay que caminar unos metros por la CP-3404 y tomar la vieja corredoira que se introduce en O Logoso, con sus calles muy bien pavimentadas con el centro de adoquines. La aldea conserva muchos de los rasgos tradicionales y no es de las más atacadas por el hormigón anárquico e inmisericorde de otras localidades. Se pueden ver incluso algunos elementos arquitectónicos rurales propios de la actividad ganadera, como unos bebederos colocados a mitad de la pared para servir a las reses del interior y el exterior de la construcción.

Desde este núcleo se ven en el alto de enfrente las Tres Pedras, que dividen las parroquias de Dumbría y Olveira. En O Logoso hay un albergue de peregrinos y se conservan también parte de la forja del viejo herrero Xan do Logoso, que, según cuenta García Quintáns, fue alcalde en la República y el primero en instalar la luz eléctrica en una aldea dumbriesa. Levantó una pequeña central con una dinamo que le suministro para su taller. Algunos vecinos no quisieron sumarse a la iniciativa porque temían que la energía incendiase sus casas.

En el ascenso a O Castelo se topa uno con la Casa das Cabras, una formación rocosa en la que seguramente los pastores encontraban abrigo para ellos mismos y para el ganado. Ya arriba, a la derecha está la Pena do Gato, una mole granítica inmensa en equilibrio que en caso de moverse de su emplazamiento rodaría monte abajo y podría aplastar alguna de las viviendas que encontrase en su camino.

A la izquierda está O Castelo, con su castro con el esqueleto de piedras al aire. El acceso está tomado por los tojos. Recientemente, un vecino del lugar abrió una senda entre la maleza, con lo que aún es posible subir a lo alto. Una mera limpieza permitiría ver con mayor nitidez lo que queda de las murallas, de las que se conserva una muestra evidente de su robustez. Es posible apreciar algunos de los trazos de las paredes de viviendas. Sin embargo, la rigidez y la solera de los tojos que pueblan la croa hacen difícil una observación completa. Lo que sí es fácil divisar una amplia panorámica, con O Pindo y A Ruña al fondo. También decían los viejos que desde lo alto se ven las torres de Compostela. Aunque no sea así, la subida merece la pena.