Vaya nochecita: naufragio, motín y salvamento

MIGUEL SAN CLAUDIO

CARBALLO

La corbeta «Doña Flora Pombo» y el «Moidart» chocaron frente a Fisterra

23 feb 2014 . Actualizado a las 07:00 h.

No sabemos si la corbeta española Doña Flora Pombo navegaba ese día con mala visibilidad. Muy probablemente, el vapor Moidart no vio las luces de situación de la primera, o bien las ignoró, que para eso era británico y vapor. Lo cierto es que esa noche del mes de agosto de 1882 el español fue pasado por ojo a unas 25 millas del cabo Fisterra y bajó al fondo del mar a engrosar la inmensa lista de buques que descansan en punto tan letal del océano.

Cuando se producía un abordaje de estas características, entre un vapor de acero y un buque de madera, los tripulantes avisados sabían dónde estaba su salvación. La guardia de cubierta del español rápidamente trepó por la jarcia y arboladura y se encaramaron al inglés, antes de que se hundiera la corbeta al separarse ambos buques y dejar libre paso al agua.

Todo fue muy rápido, en mitad de la noche la corbeta se hundía. Aquellos que se hallaban descansando bajo cubierta, se precipitaron fuera del buque para saltar directamente al agua. Ninguno de los botes estaba en condiciones de uso tras el choque, y los chalecos salvavidas eran algo lejano para buques de este tipo en aquellos años.

La tripulación de 18 hombres del español estaba dividida, la guardia a bordo del inglés, y el resto en el agua agarrados a todo aquello que flotara.

El capitán del vapor británico decidió entonces que nada más se le había perdido allí y que lo mejor era continuar su viaje a Inglaterra, a donde se dirigía, procedente de Alejandría y Gibraltar. Con un decadente sentido humanitario, probablemente fruto de su prepotencia, dio orden de continuar el viaje. Fue su segundo error esa noche, pues no valoró las consecuencias de su orden al tener a bordo a parte de la tripulación del español.

Quejas en aumento

Estos, al ver que el inglés daba avante sin preocuparse de los que estaban en el agua, decidieron ponérselo claro al capitán inglés en su propio puente de mando.

Los encendidos tripulantes del velero, arrollado sin el menor respeto por las reglas de navegación, comenzaron a elevar protestas y amenazas. A tal nivel, que el británico debió pensar que tal vez no era mala idea parar a recoger a los náufragos que flotaban en el lugar donde se había hundido la corbeta que había venido a interrumpir tan plácida navegación. Además, había que evitar que todos aquellos tipos que tenía a su alrededor vociferando ininteligiblemente acabaran estrellando su cabeza contra algún mamparo.

Un rato después ya tenía a bordo buena porción de spaniards, algunos empapados, asustados además de agradecidos por haberlos sacado del agua, y otros secos y aparentemente muy cabreados? Esas miradas.

Pero ya estaba bien. Con 17 a bordo era hora de irse? pero sí, no hacían más que levantar un dedo. Faltaba uno, eso lo entendía el inglés, quien también pensaba que probablemente se habría ido al fondo con el barco y que aquello ya no tenía sentido.

El inglés dio avante por segunda vez con todos los españoles asomados sobre las amuradas buscando inútilmente al desaparecido. Éstos cuando sintieron el aumento de las revoluciones de la hélice comenzaron a gritar y a correr en dirección al puente, no hizo falta más. Para máquina y a esperar.

Frente a todo pronóstico el último de los tripulantes apareció y fue recogido a bordo. Nada más quedaba por hacer, con lo que el regreso a Inglaterra ya era cuestión de retomar el rumbo.

Cambio de planes

Pero no. Sabiéndose dueños de la situación los españoles no estaban dispuestos a navegar hasta Inglaterra y volver a su país sabe Dios cuándo, y más teniendo la costa a la vista.

Otra visita al puente acabó de convencer al inglés de que tampoco era mala idea desembarazarse de toda esa tropa levantisca. Todo antes de acabar encerrado en el camarote, o quién sabe si cosas peores.

No fue difícil identificar al viejo de la corbeta española, él era el único que sabía claramente dónde estaban y su dedo sobre la carta desplegada en el cuarto de derrota no dejó lugar a la duda, el próximo destino del vapor británico Moidart iba a ser Ferrol, sabía de sobra el capitán del español que allí estaba la Capitanía General, con sus tribunales.

Una vez en el puerto gallego sucedió lo que el capitán del británico más temía, y lo que trató de evitar desde el principio, que su buque, junto a los 60 miembros de su tripulación, quedaran detenidos por las autoridades españolas deseosas de comprender las causas de la pérdida de la corbeta Doña Flora Pombo una noche de agosto de 1882.