Un tesoro sumergido en Fisterra

Miguel San Claudio

CARBALLO

Porcelana china con el emblema de la armadora holandesa.
Porcelana china con el emblema de la armadora holandesa.

El «Wapen van Hoorn» reposa desde 1752 en la zona del cabo

02 feb 2014 . Actualizado a las 07:00 h.

El Cabo Fisterra, la zona subacuática mejor conocida arqueológicamente de Galicia, se ha destapado en los últimos años como contenedora de un rico legado cultural. Naves de todas las épocas y de las más diversas naciones y culturas han surcado estas aguas y muchas de ellas han pagado un tributo que hoy precariamente se conserva.

Una de las naves más destacadas de las aquí hundidas es el buque de la Compañía Holandesa de las Indias Orientales Wapen van Hoorn (escudo de armas de Hoorn).

Se trata de un naufragio excepcional, de los merecedores de aparecer en los libros de historia y de los que podemos admirar en los museos de los países desarrollados. Desconocemos el lugar preciso del hundimiento, pero sabemos que el mismo se produjo en el entorno de Fisterra en el año 1752.

Si nuestro país, en vez de arrojar los fondos de Cultura a megalómanos proyectos, dedicase un mínimo a proteger nuestra cultura marítima, podríamos presumir de un patrimonio cultural único que se situaría entre los más ricos del planeta. En vez de eso, dejamos que nuestros yacimientos submarinos se sigan destruyendo a diario por la acción del mar y por las actividades de expoliadores y cazadores de recuerdos, sin olvidar los daños involuntarios ocasionados por pesqueros, dragas o construcciones.

El Wappen Van Hoorn está hundido en algún punto de la costa en torno al cabo Fisterra junto con su cargamento proveniente de Asia. Si publicásemos la riqueza en cargamentos que atesoran nuestras costas, los alegres piratas de Florida empezarían a aprender gallego.

Una travesía accidentada

El 30 de noviembre de 1750 nuestro barco partió de Ceilán, la actual Sri Lanka, con seis soldados que debían ocuparse de 8 pasajeros, que en realidad eran convictos.

La fortuna no le iba a ser propicia casi desde el principio del viaje. Solo un par de meses después, en febrero del año siguiente, el barco perdió todos sus mástiles en una tormenta en el extremo meridional de África. A bordo se acometieron reparaciones de fortuna que permitieron continuar precariamente la navegación. Sería avistado, el 27 de febrero, al este del cabo Agulhas, verdadero extremo meridional de aquel continente, por el Overnes, otro buque de la misma nacionalidad y compañía que consiguió ponerse a la voz con él.

El 10 de mayo de 1751 consiguió llegar penosamente a Ascensión, una pequeña isla volcánica en medio del Atlántico entre África y América. No volvemos a tener noticias del barco hasta que el 28 de enero de 1752 naufraga en el cabo Fisterra en condiciones que no llegaron a ser aclaradas.

Sabemos que su capitán, Jakob Greef, sobrevivió al naufragio con entre 23 y 32 tripulantes y pasajeros. Según las fuentes, el buque todavía estaba en ruta desde Ceilán, pues no constan otros viajes del mismo desde su salida de Asia, por lo que antes de hundirse en nuestra costa, había consumido nada menos que quince meses ocupados en la navegación y en la reparación de las múltiples averías.

Hoy sus restos reposan en Galicia, pero es como si estuvieran al otro lado del mundo.