La burocracia entierra a Man

CARBALLO

Los trámites para recuperar y exhibir el legado de Manfred Gnädinger se eternizan mientras su antigua casa se sigue deteriorando y su obra permanece en cajas

08 abr 2008 . Actualizado a las 10:17 h.

Dicen que Man, el alemán de Camelle, murió como consecuencia del impacto que produjo en él la marea negra del Prestige. Si tuviese que ver con sus propios ojos como los permisos de Costas, de Portos y de Patrimonio, las cartas de Hacienda, los plenos para aprobar estatutos, las entrevistas con distintos cargos políticos y los vistos buenos de secretaría e intervención juegan con su legado, es bien posible que siguiese el mismo camino. No se sabe si es mejor morir de pena o de aburrimiento.

Y es que la burocracia parece que quiere enterrar a Man por segunda vez.

Lo único que se hizo, más o menos rápido, fue construir un edificio que iba a ser museo pero que, por el momento, se diferencia bastante poco del resto de casas de la cultura que pueblan la comarca. El llamado museo de Man, hasta ahora, podría colar como centro cultural de cualquier parroquia de la Costa da Morte.

Y es que aún no le ha llegado el turno a Man. Él, que se dedicaba a hacer dibujos en cualquier papel y a escribir en la primera hoja que encontrara, que improvisaba su vida de anacoreta con lo que tenía más a mano para construir su particular universo, pasa ahora por el particular infierno de los trámites.

Hasta la recuperación del lugar en el que vivía, la pequeña caseta en las rocas del muelle de Camelle, tiene actuaciones previstas por fases.

El Ayuntamiento, por cierto, tiene los fondos listos -12.000 euros- para afrontar la primera de ellas. En total serán tres, por 30.000 euros. Pero no es fácil. Hace falta el trabajo de un arquitecto que, se supone, deberá contar con el consiguiente visado del Colegio. No basta con eso. Para actuar en ese lugar -deberían preguntarle a él cómo lo hizo- hacen falta los permisos de Patrimonio, Costas y Portos de Galicia y esas cosas, ya se sabe, llevan su tiempo. Hay sellos oficiales, firmas de cargos públicos y documentos con registros de entrada y de salida.

En esa vorágine de los trámites lleva el legado de Manfred Gnädinger nadando desde hace ya más de cinco años.

Hacienda, que ingresó en sus cuentas una buena cantidad en metálico que Man tenía en el banco, ya dijo -por escrito al Ayuntamiento- con su frialdad habitual, que no estaba interesada en la casa del anacoreta. Al menos no litigará en los juzgados para quedarse también con esa parte de la herencia.

Así lo tiene más fácil el Ayuntamiento, que lleva también sus años tratando de constituir una fundación para honrar y recuperar el legado de Man. Mientras tal cosa no llega, se le ponen flores en su aniversario y se trae a artistas de otras latitudes para organizar actuaciones culturales. Tal vez a esos artistas les hubiese gustado poder acceder al legado.

Por ahora lo tienen difícil. Al anárquico Man, el que escribía en trozos de cartón, ya le han catalogado la obra: unas 30 cajas tienen ya su correspondiente ficha describiendo su contenido. Pero los pocos intentos que se han hecho de traducir sus textos, por el momento, no han dado sus frutos. Aunque parezca imposible, cinco años y pico después de la muerte de Man nadie ha empezado a leer sus textos. Dicen que no se entiende la letra.

Y mientras Man nada en los trámites, sus rocas pintadas van perdiendo el color con el paso de los años. Lo que una sola persona en taparrabos pudo cuidar sin problemas durante décadas, no lo puede mantener el Ministerio de Cultura, la Consellería de Cultura y el propio Ayuntamiento. Lo dicho. Está mejor donde se encuentra.