Serrabal surgió gracias dos de Carballo y uno de Tordoia

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Reportaje | Historia de una mina La primera sílaba se la dio Señarís, de Viladabade; la segunda, Ramiro Rama, de Ardaña, y la tercera, Balboa, de Rus. Ellos descubrieron la famosa mina, hoy en el centro de la vida política

09 jun 2007 . Actualizado a las 07:00 h.

Todos hablan de Serrabal desde hace dos años, cuando su propietario, Juan Miguel Villar Mir, reclamó casi 900 millones de euros al Gobierno central por su expropiación. Por una parte de esta mina, la mejor de cuarzo de Europa y una de las más importantes del mundo, excelente para la producción de silicio solar, pasará el AVE a Galicia. Casi no hay día en el que la mina no esté en el centro del debate político y económico: que si las movilizaciones de los trabajadores de Ferroatlántica para defender que siga como está, que si retrasos de dos años en caso de que se varíe el proyecto, que si sólo tocará al 10% de la explotación tal y como se ha concebido... Todo esto es conocido hasta la saciedad. Lo que casi nadie conoce es cómo apareció esa mina. No en términos geológicos, que obligaría a remontarse a millones de años, sino en términos industriales. Serrabal nació del acierto de tres empresarios de la zona, que se dedicaban al negocio de las minas. Fue por el año 1968 ó 1969. Hoy puede parecer exótico, pero hasta hace treinta o cuarenta años las empresas mineras abundaban en la zona, muy rica en minerales apreciados. Lo cuentan los más viejos (o no tanto) del lugar. Entre ellos, Gabriel Pérez Suárez, colaborador de Radio Voz, quien, por cierto, también tuvo una. Esos tres empresarios eran Señarís, Rama y Balboa. El primero, de Viladabade, en Tordoia. Ya murió. El segundo, Ramiro Rama Andrade, de Ardaña, afincado en Carballo, hoy con 73 años. Y el tercero, Faustino Balboa, de Rus, 76 años, quien también reside en la capital municipal. La unión de las tres primeras sílabas de los apellidos dio origen al nombre hoy tan famoso: Serrabal. Los tres viajaban con frecuencia al sur de Galicia. Paraban cerca de ese monte hoy tan codiciado entre Boqueixón y Vedra. Y se fijaron en él. Fueron varias veces a verlo, picaron algo. «Vimos que era seixo bo», cuenta Ramiro. Tenía buena pinta. Así que denunciaron la zona. La denuncia es equiparable a la solicitud de las cuadrículas mineras. Pagaron poco, lo habitual en estos trámites administrativos. Pero pasaba el tiempo y ninguna empresa lo quería. Ellos no podían trabajarla, sería muy costoso. El filón seguía allí, bajo un monte improductivo. Lo intentaron con unos, luego con otros. Viajaron incluso a Bilbao y Barcelona, a ver. Nada. «Non crían moito en nós», cuenta Rama. Hasta que, allá por el 72, tras cuatro años yerma y casi sin tocarla, hubo alguien que sí la quiso, Arenas y Cuarzo, de As Xubias. Se la compraron a los tres por nueve millones de pesetas de la época. Un dineral para aquellos tiempos, pero nada comparado a lo que se pide hoy. Ni por asomo. Balboa recuerda con satisfacción el hallazgo: «Foi como se nos tocase a frauta». Una casualidad. Rama aún recuerda cómo los tres, subidos en el puente del viejo ferrocarril (en el futuro, alguien hará lo mismo, pero desde el del AVE), miraban aquel montículo. De aquellas miradas nació todo. Tras As Xubias, la mina fue cambiando de manos, aunque tampoco muchas. Entre ellas, Ramsa, Erimsa, Cuarzos Industriales de Villar Mir desde finales del 99. Y así hasta hoy, que no es poco.