Ruidos, bramidos y otras molestias

RIBEIRA

30 sep 2016 . Actualizado a las 14:35 h.

Se ha ido y no se le echará de menos. Ese mercante atracado en el muelle comercial de Ribeira para descargar el atún de sus bodegas ha dejado de enturbiar los días y las noches con ese abrumador sonido, que acompañó durante un par de semanas los desayunos y cenas de los ribeirenses.

El Green Klipper desapareció en el momento preciso, justo cuando se iba a realizar una medición de sonido para comprobar si excedía los límites permitidos, dejando tras de sí un reguero de quejas de quienes sufrieron ese sonido taladrador, seco y perturbador, capaz de desesperar a cualquiera.

También es verdad que la tolerancia al ruido es muy subjetiva, ya no solo por la diferencia que hay entre los límites que tiene una persona con respecto a otra; sino por cómo algunos aceptan de buen grado ciertos decibelios y critican otros que, aun siendo menos, no soportan. Pongamos por ejemplo los chillidos de los niños en un parque cualquiera al atardecer. No hablo de un grito, ni de un momento de exaltación puntual, sino de verdaderos bramidos que se prolongan horas. Lo curioso es que nadie se acerque a la madre del niño, visto por estos propios ojos, que durante toda una tarde permitió que su primogénito incordiase al vecindario, a voz en grito como un poseído, mientras ella charlaba alegremente con una amiga sobre nadie sabe qué. Tendría que ser algo muy interesante, eso sí, para abstraerse de la serenata que estaba dando el chaval a su lado.

Hay ruidos socialmente aceptados y una hasta disfruta despertándose con la carcajada de un niño que se divierte en los columpios que hay junto a su hogar. Otros, no lo son y son motivo de quejas constantes. En las zonas de ambiente saben bien de ello y muchos alcaldes barbanzanos lidian con las protestas también, año tras año, cuando llegan ciertas fiestas locales. No falla. Parece imposible divertirse sin molestar al prójimo, quien en muchas ocasiones también se olvida de que hace no tantos años era él el que andaba cantando por las calles, el que animaba la fiesta cuando otros dormían y hacía oídos sordos a las quejas. Paradojas del sonido.