Marina es una mujer de raíces. A sus 100 años, tras haber trabajado toda la vida en el campo, vive sola en la parroquia de Ribeira (Crecente). Perdió a su marido Eduardo en 1979 debido a una enfermedad pulmonar contraída en la guerra civil. También a uno de sus seis hijos. Los demás se vieron obligados a dejar a su madre sola al tener que emigrar para poder ganarse la vida. «Os meus fillos están todos polo mundo. Cando veñen de visita póñome contenta», explica. Precisamente, es su hija Conqui, que está de vacaciones en el pueblo, quien relata que su madre padece una insuficiencia respiratoria que le impide vivir lejos del aire limpio que emanan los pinos del lugar. Los ojos de Marina reflejan el sufrimiento de todo un siglo y solamente al mencionar que ya tiene un tataranieto se le iluminan.