Aprendiendo entre cuatro paredes

Álvaro Sevilla Gómez
ÁLVARO SEVILLA RIBEIRA / LA VOZ

PORTO DO SON

Ocho son los críos que acuden a la unitaria de la parroquia de Caamaño

27 nov 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

Después de veinte años como profesora, la escuela unitaria de Caamaño se ha convertido en la segunda casa de Rocío García. Durante este tiempo, por la única aula del diminuto centro ya han pasado decenas de niños. Ella los ha visto crecer y madurar, aunque también ha tenido que vivir el amargo momento de decirles adiós. Con todos ellos ha creado un vínculo que asegura que es muy difícil de explicar. La mayoría vuelven cuando hay fiesta en el recinto, algunos, ya adultos, acompañados de sus pequeños. Todos intentan que sus hijos también puedan estudiar con la profe, como se conoce a Rocío en Porto do Son. El objetivo: que logre inculcar en los pequeños los mismos valores que consiguió infundir en los padres.

En una pequeña mesa Daniela, Aitana, Andrés, Álex, Daniel, Manuel, Lía, Elizabeth y Carla terminan la merienda de media mañana. Tuvieron una salida a Porto do Son para ver un concierto de música y ahora descansan en su pupitre mientras apuran los últimos mordiscos de su fruta. Los ocho escolares tienen entre 3 y 5 años. Lía, la más pequeña, ha cumplido los 3 hace poco. Rocío defiende que la mezcla «é un beneficio inmenso, os de 3 anos queren estar cos grandes, ser coma eles. Cando un colle un libro, seguen o exemplo e o resto lánzanse a facelo».

Una de las pequeñas se acerca a Rocío: «Profe, ¿podemos salir al recreo?». La maestra contesta: «Aínda tedes que rematar o almorzo». Con pillería, da dos grandes mordiscos a su manzana y la mira. «Vale, ya podéis salir» comunica la maestra. Al instante, una marabunta enfila la puerta al grito de «me pido uno de los columpios».

La pequeña aula donde dan clase semeja una maqueta de una escuela en tamaño reducido. No faltan ordenadores, pizarras, biblioteca e incluso un belén con el que los niños se divierten durante su tiempo libre. «Estamos no mesmo nivel educativo que unha escola convencional. Aquí teño a fortuna de que somos moi poucos, podo ir un por un, pararme cando teñen dúbidas e axudalos cando se bloquean», afirma la maestra. Confiesa que cuando los chavales terminan su paso por la unitaria les cuesta un poco adaptarse a un centro de mayor tamaño: «É unha pequena desilusión deixar o cole, aínda que é un trago que teñen que pasar».

Una pieza de la familia

La convivencia diaria ha convertido a Rocío en una miembro más de las ocho familias de los pequeños. «Hai unha simbiose entre a escola e as casas. Eu coñezo aos pais, aos avós, pero tamén aos tíos e aos primos dos nenos», asegura. Ella percibe el paso del tiempo de una forma especial: «Cando comecei só viñan as nais a buscar polos pequechos, agora é ao contrario, os avós e os pais son maioría na porta do cole». Esta fluida relación hace que la unitaria sea defendida a muerte por sus usuarios. Ante una hipotética desaparición de este sistema educativo, defiende que «era mellor que se aforrasen cartos en material, como ordenadores, e se utilizasen para manter as unitarias abertas».

La familiaridad de la escuela se suma a la libertad que gozan tanto la maestra como los escolares: «Pasamos das cousas pequenas ás grandes, traballamos segundo proxectos e facemos saídas para que os nenos coñezan a realidade de primeira man. Iso é posible porque somos poucos». Después de veinte años siente la fuerza de su primer día: «Cando fas algo que realmente che gusta, o traballo pésache moito menos»

La docente Rocío García dice que hay una unión «entre a escola e as casas»