Lo políticamente correcto y su tiranía

Antón Parada

BARBANZA

12 may 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Ante el titular que encabeza las siguientes líneas no queda otra que aportar las pertinentes aclaraciones apresuradamente y prescindir de mis habituales prolegómenos literarios, antes de ser acusado de cometer herejía por los representantes de esa nueva religión, que encabezan los adeptos de lo políticamente correcto. Alerta a navegantes y fans del cómico Jorge Cremades, si han caído en este texto buscando un nuevo argumento inconsistente para justificar comentarios machistas, este no es ni su espacio, ni mucho menos su periódico.

He de confesar que la razón de ser de esta crónica ciudadana no me pertenece, proviene del ingenio del ribeirense que cada jueves construye un necesario pedestal a las letras barbanzanas, en forma de la columna cuyo capitel es adornado por las palabras lija y terciopelo. La última publicación de Emilio Sanmamed, Esa vieja de dientes negros, viene a ser algo así como si el articulista se hubiera colado en mi casa a hurtadillas, para examinar mi estantería seleccionando de entre todos los volúmenes mis títulos favoritos y meterlos en una batidora del que ha salido un trago que todavía me pone los pelos de punta. A pesar de que no estoy capacitado para ejercer como crítico literario -y posiblemente de ningún otro ámbito-, la dureza y sinceridad con la que está escrito ese texto serían imposibles de trasladar a una conversación en voz alta en cualquier espacio público. Al menos sin que una hilera de cabezas contrariadas -ilústrese con un boceto goyesco del 3 de mayo- se vuelvan para fusilar sin clemencia al dueño de esas palabras.

¿Que cuál es mi argumento? En los últimos años ha venido imponiéndose con fuerza lo que me gusta denominar como la tiranía de lo políticamente correcto. Esta tendencia puede reproducirse en diversas escalas, ya sea mediante la autocensura de una pareja que interrumpe una conversación sobre sexo ante el paso cercano de unos jóvenes, un padre que regaña a su hijo por formularle este una pregunta comprometida del tipo «¿qué es eso de estar drogado que dicen en la tele?» o de cualquier mujer que haya tenido un aborto y no sea capaz ni de contárselo a su mejor amiga por el qué dirán, cuando la lucha social por conquistar ese derecho lleva años en las calles. Si al autor del artículo antes mencionado le hubiesen preocupado estos tapujos, sus párrafos estarían desprovistos de la impactante viveza que los inunda, y el cuchillo metafórico con el que destripa las sensaciones del lector más bien hubiera adquirido la dimensión de un cubierto para untar mantequilla. Este es mi pequeño agradecimiento a aquel que alza su pluma para evitar que otro tirano mate la poesía.