Los peligros del «palo selfie»

BARBANZA

18 ene 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

La tecnología nos está ganando la partida. ¿Recuerdan esas películas de ciencia ficción en las que se teorizaba sobre el peligro de que los robots fuesen capaces de sentir como humanos? La realidad es la opuesta, mientras perdíamos el tiempo temiendo una revolución de las máquinas, hemos comenzado a comportarnos como ellas. Sin darnos cuenta, hemos perdido una batalla silenciosa, imperceptible. Somos tan fríos y distantes como cada uno de esos robots que creó Hollywood para atemorizarnos.

Los síntomas son múltiples y los hemos visto miles de veces, algunos incluso los hemos sentido en nuestras propias carnes. Como primer ejemplo están esas parejas que chatean frenéticamente sin mirarse a los ojos, mientras buscan placer lejos de allí. La evidencia también se puede encontrar en esos grupos de colegas que apuran sus copas con apatía hasta que alguien suelta un «vamos a sacarnos una foto para Facebook». Acto seguido, antes del flash, solo quedan sonrisas. Todas tan vacías y amargas que solo duran un instante, el tiempo justo hasta que la imagen vuela hacia la Red. No olviden que nadie puede salir triste en las redes sociales.

Otro de estos casos se puede localizar en los campos de fútbol de Primera División. Mientras el balón rueda, los flashes inundan el césped. Ansiosos por inmortalizar el momento, nos olvidamos de vivirlo. Aunque parezca una estupidez, para mí el palo selfie ejemplifica a la perfección cómo hemos dejado de sentir para convertirnos en frío metal. Lo creo porque hemos preferido comprar un estúpido palo antes que hablar con una persona cercana para que nos saque una foto. ¿Acaso era tanta molestia pedir ese favor?

Algunos dudarán si esto es en realidad un problema. A mí me quedó muy claro el pasado día de Reyes. Mientras bajaba para trabajar, me encontré con las calles y los parques vacíos. Eché la mirada atrás, hasta llegar a aquella época en la que solo era un niño. Me vi en el barrio, en Deán Pequeno, acompañado de mis amigos, mientras nos enseñábamos los unos a los otros lo que nos habían regalado. Mientras caminaba por las calles desiertas, nos recordé a todos nosotros con una sonrisa en la boca.

Rápido encontré respuesta a la pregunta que rondaba por mi cabeza: ¿Dónde se habrán metido los críos? No me gustó lo que oí, pero entendí que para jugar con la tableta y la consola no era necesario salir de casa. Lo mastiqué con amargura mientras una imagen aparecía lentamente delante de mí, la estampa de un niño metálico, frío, acompañado de unos padres que sentados en el sofá tecleaban en el móvil sin mirarse. ¿Os quedan dudas de que la tecnología ha ganado?