Trompos

Maxi Olariaga LA MARAÑA

BARBANZA

30 nov 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

El pasado sábado hubo milagro. Salí a pisar alfombra, la maravillosa alfombra que cubre la alameda noiesa. Les recomiendo la experiencia. Alimenta el alma contemplar el aleteo de las hojas que el dios del otoño apacienta como ovejas sobre el embaldosado. Es un placer pisar el suelo y sentir como cruje ese hojaldre vegetal, ese abanico ocre que de los árboles se desploma indolente bailando un vals desvanecido.

En esas estaba cuando, a los pies de Felipe de Castro, vi a un corro de mocitos largando el trompo con verdadera impericia. El que no lo estrellaba contra el suelo, conseguía hacerlo bailar sobre la coronilla, y si otro lo enlazaba tan flojo que lo hacía salir volando hasta el surtidor, a un cuarto el artilugio se le quedaba enredado en el zumbel como un moco. Me senté a observarlos y sin darme cuenta, acunado por sus voces, fui retrocediendo años y años y años.

Recordé las dos tardes bajo el soportal de O Curro sentado en la puerta de la carpintería de Pepe Ageitos, O Nicheiro, esperando por una peonza de boj que para mí le había encargado mi madre. Recordé la emoción que sentí al entregármela. La amparé en mis manos. Era como un gorrión tan blanco como un rayo de luna. Y recordé también mi entrada en el corro para estrenarla y ser la envidia de toda la pandilla.

Lo vi bailar inocente y bello en medio del círculo sorteando los peligros. De pronto -fue horrible- cayó sobre ella un cíclope deforme que con un clavo gigantesco partió en dos su cuerpo aún virgen. Lloré sin consuelo durante toda la noche… Continué mi paseo y comprendí que aquel dolor redondo aún giraba y giraba dentro de mi corazón.