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Una amnistía para la pesca

Ramón Ares Noal
Moncho Ares CRÓNICA

PESCA Y MARISQUEO

27 nov 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

En una ocasión, discutiendo con un armador de Ribeira sobre la conveniencia de evitar las ventas de pescado en negro tras reconocerme que era una práctica habitual, acabé callando al señalarme: «Si no vendemos en B, tenemos que cerrar la empresa». Y si opté por no seguir debatiendo sobre el asunto fue porque previamente me invitó a hacer una fácil operación consistente en repartir los cupos de pesca que les daba la Unión Europea entre los barcos del sector, multiplicarlos por las ventas medias y descontarles los gastos que suponía echar un barco a la mar. El resultado, se pueden imaginar, era inferior a cero.

Como se informa en la primera página de la edición de hoy y como ya hemos hecho en días precedentes, Hacienda ha lanzado una ofensiva contra las ventas de pescado en negro. La investigación calcula que el 70 % de las descargas que se producen en el puerto de Ribeira se venden en B, es decir, son capturas que ni pasan por lonja para eludir el control. Vale, bien, estamos de acuerdo en que hay que erradicar estas prácticas, pero que no me venga la Administración a contar que eran desconocidas, porque son antiguas y consentidas.

La pesca lleva mucho tiempo de capa caída y parece estar condenada a la desaparición gracias, entre otras cosas, a esa Administración que pone más facilidades para el desguace de los barcos que para asentar una flota moderna y competitiva. No hay interés en trazar un camino distinto a su disolución, y si bien es cierto que la limitación de capturas está siempre marcada por las oficiales de períodos anteriores, y constatado que en Ribeira no se declaran el 70 %, no es menos cierto que, de la misma forma que con algunos defraudadores se establecieron amnistías para regular su situación, con la pesca, uno de los pilares de nuestra economía, se debería ser igual de magnánimo abriendo un período de regulación, estableciendo unas cuotas acordes con la supervivencia de las flotas y, a partir de ahí, partiendo de cero, aplicar todo el peso de la ley sobre los incumplidores.

Otro armador me señalaba que a él le resultaba más rentable desguazar el barco que seguir saliendo a faenar cada día, pero no lo daba de baja por algo tan elemental como que pescar era lo único que sabía hacer, que si abandonaba el mar no duraba dos telediarios, y que ¿cómo iba a mirar a la cara a sus marineros si los dejaba sin empleo?.

Ya sabemos que Hacienda no somos todos, que solo se trataba de un eslogan; pero, ¡qué bueno sería que lo fuésemos!. De serlo, nos desprenderíamos de ese defraudador que casi todos llevamos dentro porque el sistema sería justo, de lo que adolece actualmente.