La muerte de la sonrisa

Juan ordóñez buela DESDE FUERA

BARBANZA

22 oct 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

C ada día que pasa es un día distinto, en el que hacemos proyectos porque deseamos superarnos, experimentar sensaciones, conocer nueva gente, tener amigos, salir con ellos y comprar cosas aunque luego, la mayoría no nos sirvan para nada. Creemos que seremos más por tener más pero, aunque cierto en parte, no se es más por el hecho de tener más casas, más coches o más electrónica perfeccionada a nuestro servicio exclusivo. Queremos alcanzar el cielo con las manos y la mayoría de las veces sucumbimos a la desesperación porque no lo conseguimos. ¿Qué falla al intentarlo? ¿Cuál es la causa de ese no lograr todo lo que queremos? Quizá es que nos pasamos la vida tratando de descubrir cosas, pero no a nosotros mismos.

Queremos descubrir algo que muchas veces se escapa de nuestras posibilidades. Dios vive en nosotros cuando hay buen humor, resignación ante cualquier enfermedad por desgracia incurable; cuando de todo, conservamos una mínima esperanza, un rayo de luz en el alma. Solamente por eso sigue mereciendo la pena no ya conseguir algo, sino únicamente intentarlo, ya que lo importante no es conseguir algo en la vida, sino que la vida se vaya en el intento.

Despertar cada mañana convencidos no de poder llegar al cielo con las manos, sino de intentarlo. De intentar sonreír en un mundo frío, distante, calculador, donde ni la inocente sonrisa de un niño tiene ya sitio, ni los ancianos, ni las personas que por una u otra razón necesitan más de los demás. En estas personas necesitadas, pero sobre todo necesitadas de afecto, puede verse que la sonrisa es algo desconocido, algo que tal vez la vida en su crueldad haya matado como a un feto malogrado o como a quienes creen vivir su propia muerte en la tierra si los demás por simple egoísmo les hacen callar o ignoran despiadadamente. La muerte de la sonrisa.