La triste promoción nacional de A Pobra

BARBANZA

18 sep 2016 . Actualizado a las 15:05 h.

Fuera de Galicia, no muchos sabían poner el nombre de A Pobra sobre el mapa. Hasta hace veintiséis días, cuando la trágica desaparición de Diana Quer hizo saltar el nombre de un municipio de menos de diez mil habitantes a los medios. Desde hace semanas todos los días se habla de A Pobra en los telediarios nacionales, figura en las cabeceras de todos los periódicos y el nombre de la joven madrileña forma parte del desayuno, comida y cena, unido al del término pobrense y al de las fiestas del Carme dos Pincheiros, a las que acudió esa noche.

La celebración, que en estos últimos años empezaba a tomar impulso, después de que un grupo de chavales cogiera las riendas para implicar de nuevo a los jóvenes en las fiestas y hacer unos San Juerguines a la altura de su nombre, ha tomado una repercusión tan inesperada como indeseada. Es una sombra gris al margen del guion, la irremediable mención dentro de un contexto preocupante, una mancha de tinta que sigue todavía fresca, mientras que no se esclarezca el caso de Diana.

La promoción nacional que está teniendo estos días A Pobra y sus fiestas nadie la habría querido, por todo lo que significa y hay detrás. Y lo más triste es que la mancha se extiende, porque ayer el pueblo se volvía a vestir de fiesta cuando todavía sigue presente el duelo por la desaparición de la joven, dado que aún nada se sabe de ella. No se ha cumplido el mes de lo sucedido y es difícil dejarse llevar de nuevo por el ambiente festivo y hacer como si nada hubiera pasado.

El miedo es libre, dicen, y cuando ocurren sucesos de este calibre -más si no están resueltos y sigue en el aire el sentimiento de amenaza- hay que hacer un esfuerzo por que prevalezca el lado racional sobre el emocional. Imponer, por ejemplo, a los muchachos que vuelvan a las diez en vez de a las dos, con toda probabilidad no será el remedio Seguramente sus padres duerman más tranquilos sabiendo que están en casa, en donde cada uno es el rey y ordena a su antojo. Todos hemos tenido que plegar alguna vez ante la congoja paterna, pero no pintemos fantasmas en la niebla.