Una comarca con el corazón encogido

Patricia Calveiro Iglesias
P. Calveiro CRÓNICA

BARBANZA

26 ago 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Dicen que las veinticuatro horas después de una desaparición son claves y, según avanzan los días, cada vez se hace más complicado seguir la pista. A Diana Quer se le perdía el rastro el lunes de madrugada y ya han pasado tres largas noches de por medio, interminables seguramente para su familia y conocidos, que para más inri se exponen estos días a la vorágine informativa de unos medios que intentan aportar luz a un caso que genera desasosiego y tiene a toda una comarca con el estómago encogido.

La desaparición de una joven siempre genera inquietud en la población. Fue esa chica madrileña de 18 años, pero posiblemente podría haber sido cualquier otra. Quizás una vecina que recorrió el mismo camino solo unos minutos más tarde, o un vecino. ¿Por qué no? Lo cierto es que, tristemente, las mujeres siempre estamos más expuestas. No porque llevemos unos shorts más cortos que nunca o porque seamos más incautas. Simplemente por el hecho de ser mujeres y ahí están las estadísticas para demostrarlo. La víctima, ella. El culpable él, o ellos.

Sería prematuro adelantarse a los acontecimientos y dar por hecho ciertas cosas que pululan por el imaginario colectivo, pero que en ningún caso se sustentan sobre alguna base, pero la tiranía del género está siempre presente, esa que tradicionalmente mueve a los padres a cortar las alas a sus hijas por temor a que les suceda «algo», un supuesto en el aire lleno de amenazas que, a priori, deberían ser de igual calibre para los chicos pero, en la práctica, no es así.

¿Se imaginan a un chaval enviando un WhatsApp preocupado porque una desconocida le increpó con un «moreno, ven aquí»? Sería difícil de entender. Pero no lo es cuando sucede al contrario. Las alarmas se encienden y un instinto de autodefensa se despierta de forma instantánea.

Las ganas de ayudar, de aportar y de acortar la angustia a una hermana, valiente, capaz de dar la cara en el peor de los momentos y a unos padres suficientemente enteros como para salir a la calle y empapelar todo una ciudad, son muchas. Por eso, un primer llamamiento a colaborar con la búsqueda se extendía a la velocidad de la luz y los candidatos salían hasta de debajo de las piedras, hasta que los profesionales que llevan la investigación intercedieron recordando que esto solo llevaría a entorpecer la investigación, aunque se hiciera con toda la buena voluntad.

¿Qué nos queda entonces? Confiar, aunque con el corazón encogido, en que esto tenga el mejor de los desenlaces. Confiar en que aparezca pronto. Confiar en que se están poniendo todos los medios, y más. Confiar en que nuestra confianza no sea en balde. Confiar en la humanidad.