Minuto

Maxi Olariaga LA MARAÑA

BARBANZA

20 jul 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Muertos, muertos, muertos. Un camión blanco como un ángel baila la danza de la muerte sobre el Paseo de los Ingleses que ciñe con su cinturón de asfalto la playa de Niza. Muertos, muertos, muertos. El camión avanza chirriando y, ebrio de frutos del Paraíso prometido, galopa despedazando besos y fuegos artificiales. Se acabó el tiempo alegre que lo vestía todo un minuto antes.

La aparente superioridad que los cadáveres sobre la acera parecían tener en aquel minuto, es ahora el despojo de un aliento cercenado por la hoz de un segador ciego. Los alaridos de Niza se oyen en Noia y cruzan planeando como albatros la mar toda hasta despeñarse como gotas de hielo rojo en las ventanas del Despacho Oval. El presidente y todos los presidentes, el alcalde y todos los alcaldes, el capitán general y todos los capitanes generales, el pueblo y todos los pueblos, se reúnen a las puertas podridas de la democracia y guardan silencio -¡un minuto!- por todas las víctimas de Niza, ya sean blancos, negros, amarillos o arcoíris. El silencio -¡un minuto!- se abate sobre las calles como una palabra malherida desprendida de un verso de Neruda. ¡Cómo duelen los muertos de Niza!

Transcurrido el minuto, como diría el Serrat, «vuelve el rico a su riqueza, vuelve el pobre a su pobreza y el señor cura a sus misas». A la misma hora, miles de seres humanos caen como moscas heridos de muerte por las bombas, la peste, el hambre, la sed y la injusticia. Somalia, Sudán, Etiopía, Siria, Iraq (se me pudre el atlas entre las manos) y nadie sale a las podridas puertas de la democracia a masticar el dolor ajeno un solo minuto. ¡Un minuto!